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Actualizado: 26 de junio de 2025
En tanto, los cofrades habían sacado un tapiz negro, que habían extendido en el crucero, y sobre él habían puesto a la difunta, y a las esquinas del tapiz cuatro candeleros deslustrados, con unos trozos desiguales de amarillo cirio; y a un lado se había arrodillado la mujer, y junto a ella habíase echado el perro con el hocico entre las patas, y entrádose habían los hermanos de la Caridad en la sacristía.
Uno se le subía por la manta que le envolvía las piernas; otro estaba en su regazo sentado sobre los cuartos traseros, refregándose las patas con la lengua y el hocico con la pata; y un tercero se le había subido a un hombro y allí seguía con vivaracha atención los brincos de la bola del bilboquet, marcándolos con la pata en el aire. Lo que él quería era meterte mano a la bola aquella tan bonita.
Obstinado en pasar huyendo de la fiera que me seguía balanceándose sobre sus patas de atrás y relamiéndose el hocico, tanto forzaba la cuña de mi cuerpo, que removía los montes por sus bases y oscilaban allá arriba, ¡muy arriba! las cúspides pedregosas, y hasta se desplomaban muchas de ellas sobre mí, pero sin hacerme daño.
Sus delirios, ininteligibles para el vulgo, encerraban el misterio de los grandes sucesos humanos. Tchernoff describió la bestia apocalíptica surgiendo de las profundidades del mar. Era semejante á un leopardo, sus pies iguales á los de un oso y su boca un hocico de león. Tenía siete cabezas y diez cuernos.
Un día Juanito estornudó con gran fuerza y Fortuna introdujo el hocico en el bolsillo de la americana del abuelo, le sacó el pañuelo y fue a presentárselo a Juanito.
Apenas llegaba galopando por las vastas dehesas a la vista de la torada en que vivía esta joya, bastábale un grito para llamar su atención. «¡Lobito!...» Y Lobito, abandonando a sus compañeros, venía al encuentro del marqués, mojando con su hocico bondadoso las botas del jinete, y eso que era un animal de gran poder y le tenían miedo los demás de la torada.
La cólera la hacía tartamudear, saliendo de su boca desprovista de dientes unos ruidos extraños. ¡Hum! gruñó Nuncita, torciendo el hocico con mueca de mimo. ¡Niña, no me enfades! gritó su hermana mayor. ¡No quiero, no quiero! repitió aquella criatura indómita con decisión. Y al mismo tiempo se levantó de la silla y arrastrando los pies se fue a refugiar en el gabinete.
En el puente tocó con un entusiasmo pueril la caperuza de bronce de la bitácora y los demás instrumentos de dirección, brillantes como si fuesen de oro. Quiso ver la cocina, ó invadió los dominios del tío Caragòl, poniendo en lamentable desorden sus formaciones de cacerolas, asomando su hocico sonrosado á la boca humeante del gran puchero en el que hervía el almuerzo de la gente.
La condesa, sin vacilar, puso su diminuta mano sobre el testuz del animal; después lo cogió por un cuerno, y, por último, empezó á acariciarle el hocico. La vaca al principio sacudía la cabeza, hacía sonar la cadena que la sujetaba; mas pronto se dió á partido, contentándose con soplar fuerte y abrir mucho los ojos.
No podía mirarse a parte alguna sin sentir irritación en los ojos; la tierra quemaba; el viento ardía, como si todo Madrid estuviese en llamas; el polvo parecía incendiarse; paralizábanse lengua y garganta, y las moscas, locas de calor, revoloteaban por los labios del carretero o se pegaban al jadeante hocico de los animales en busca de frescura.
Palabra del Dia
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