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Actualizado: 24 de mayo de 2025


¡El respeto á la libertad! continuó el doctor dirigiéndose á su primo. Oyéndote, me pareces igual á un filántropo loco, que en una colección de fieras, se indignase ante la jaula de una pantera. Y Aresti, en su exaltación, mimaba la escena, al mismo tiempo que la describía de viva voz. El filántropo ideal compadecía á la bestia, ¿Con qué derecho la tenían entre hierros?

»Juan cursó en Alcalá letras humanas, teología, derecho civil y canónico; á los diez y ocho años era bachiller, á los veintiuno licenciado; montaba á caballo como si á caballo hubiera nacido, y en cuanto á esgrimir los hierros, vencía á su padre; y aun á mismo, que ya sabes que meto una estocada por el ojo de una aguja, me hacía sudar y andar listo.

De pronto se sintió en el silencio y en las sombras de la desolada casita, ruido de hierros y maderas que crujían... unos pasos pesados y torpes que se acercaban... un formidable golpe contra la puerta...

¡Bah! ya lo creo dijo el alférez cruzando con su palabra la contestación de Juan Montiño , es verdaderamente maravilloso; ya sabéis que yo meneo bien los hierros. por cierto. Pues bien, antes de venir aquí, supliqué á ese caballero tuviese la bondad de manifestarme su destreza, porque ya sabéis que don Bernardino es diestro. Yo no quería ser testigo de un asesinato.

El zafio amante no la buscaba, dando su vuelta por segura; y al regresar el pájaro caprichoso, todo el barrio poníase en alarma con los golpes y los gritos, saliendo la Marquesita al balcón con el pelo suelto, pidiendo socorro, hasta que una zarpa la arrancaba de los hierros y la metía dentro para continuar el vapuleo.

Al pasar un grupo por la calle donde ambas Juanas vivían, oyeron de repente el alboroto y vieron el tropel de los que huían de la vaca, y hasta entonces no recordaron el peligro a que se habían expuesto. El escribano, sin pensar en sus hijas, con frac y todo, se subió por los hierros de una reja y logró ponerse en salvo.

Casi tocando con la frente de Ana, metida entre dos hierros, pasó un bulto por la calle solitaria pegado a la pared del Parque. «¡Es élpensó la Regenta que conoció a don Álvaro, aunque la aparición fue momentánea; y retrocedió asustada. Dudaba si había pasado por la calle o por su cerebro. Era don Álvaro en efecto.

Un dolor inmenso, agudo, cruel palpitaba sólo en aquella estancia, y unos ojos fijos, atónitos, sin lágrimas, reflejaban los átomos de claridad que aún vagaban perdidos por el ambiente. ¿Cuánto tempo permaneció así? Los pajarillos que vinieron a posarse a la madrugada sobre los hierros de los balcones acaso pudieran dar respuesta.

El invento de Bessemer, que acababa de revolucionar la metalurgia abaratando la fabricación, hacía necesarios los hierros sin fósforo y ningunos como los de las minas de Bilbao. Iba á comenzar en aquellas montañas un período de explotación loca, de rápidas fortunas: el que primero se apoderase del mineral sería rico como un príncipe. Dinero... necesitaba dinero, para centuplicarlo en poco tiempo.

Reinando Isabel I, un Tumbaga ideó poner cruces en las torres de la Alhambra. Bajo Carlos de Gante, cuando la nobleza castellana se hizo de turbulenta cortesana y de independiente palaciega, trocando hierros y armaduras por rasos y brocados, un Tumbaga fue el primero que se presentó en la corte llevando sobre los guantes de gamuza las armas de su escudo bordadas con sedas de colores.

Palabra del Dia

hociquea

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