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Actualizado: 24 de mayo de 2025


Aquellos hierros que les separaban y que él inútilmente sacudía con impotente fuerza, eran sus propios votos, y aquel instante supremo de su vida, la ratificación solemne de la infame ley que le decía: «No te amaránSintiéndose morir, dejó caer con desaliento los brazos, y todo su rencor se disolvió en dos lágrimas que rodaron lentamente por su abrasado rostro.

Y agarrado a la reja se expresaba con tal vehemencia, que parecía querer meter su cara por entre los hierros buscando la de María de la Luz. Quieto, ¿eh? dijo la muchacha con risueña amenaza. A ti que te voy a picá yo, pero con una horquilla del moño, si no te estás quieto. Ya sabes, Rafaé, que no me gustan ciertas bromas y que salgo a la reja porque me prometes que serás formal.

Fuertemente asida con ambas manos a los hierros, la cara pegada a estos, alargando la boca para ser mejor oída, decía con voz plañidera: «Cojita mía... cañamoncito de mi alma, ¡cuánto te quiero!... Allá va el patito con sus meneos; una, dos, tres... Lucero del convento, ven y escucha, que te quiero decir una cosita».

Guárdese Vd. esta carta no la vean. No hay nadie. Pateta, gorra en mano, arrimando el rostro a los hierros, como mono enjaulado, prestó atención. Lo apartado del sitio y lo desapacible de la tarde, hacían que reinara en torno del hôtel completa soledad.

Era una habitación que parecía forrada de espejos, pues todo estaba bruñido allí, desde el pavimento de madera hasta los hierros de los balcones. Lo que no estaba barnizado por mano del ebanista lo estaba a fuerza de trapo. La gran manía de Marta, la que le proporcionaba más alegría y más pesadumbre, era el lustre.

Y no sabemos lo que hubiera sucedido, si Juan Montiño no hubiera conocido en la voz á su amigo. ¡Por mi ánima dijo haciéndose un paso atrás y bajando la espada , que aunque muchas veces hemos jugado los hierros, no creí que pudiéramos llegar á reñir de veras!

Al ver esos hierros, esa verdura y las aguas del Sena, parece que vemos al Paris feudal, y nos acordamos naturalmente de Abelardo y Eloisa. Tal es el edificio por fuera; visto por dentro, no es un edificio, sino un mundo fascinador.

«Mátameles, ... añadió la diabla, retorciéndose las manos . ¡Hijos ella!... En el infierno los tendrá...». Cayó desplomada sobre las almohadas, chocando la cabeza contra los hierros de la cama. Maxi alargó la mano y recogió el billete, que estaba aún sobre la colcha.

Venía diferentemente atado que los demás, porque traía una cadena al pie, tan grande que se la liaba por todo el cuerpo, y dos argollas a la garganta, la una en la cadena, y la otra de las que llaman guardaamigo o piedeamigo, de la cual decendían dos hierros que llegaban a la cintura, en los cuales se asían dos esposas, donde llevaba las manos, cerradas con un grueso candado, de manera que ni con las manos podía llegar a la boca, ni podía bajar la cabeza a llegar a las manos.

Al marchar de sus campeones, Al relumbrar de sus hierros, Y al tremolar su estandarte Los enemigos huyeron. Los libres en vez de rostros Espaldas tan solo vieron. Cuando los viles esclavos Riendas al caballo dieron, De cadáveres y de armas El campo quedó cubierto, En expiacion de los libres Que con honor sucumbieron.

Palabra del Dia

commiserit

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