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Actualizado: 24 de mayo de 2025


Sin duda que los fieros Numantinos Del barbaro furor suyo incitados, Viendose sin remedio de salvarse, Antes quisieron entregar las vidas Al filo agudo de sus propios hierros, Que no á las vencedoras manos nuestras Aborrecidas dellos lo posible.

El centinela, imposibilitado por la consigna y por la verja para abandonar el puesto, abalanzóse a los hierros de esta y vio al hombre de la capa tendido en la acera; gritó entonces al cabo de guardia, dio a los fugitivos por tres veces la voz de ¡alto!, y con el fin de despertar la alarma, disparó el fusil por dos veces.

Allí, replegada en un rincón, medio desnuda, temblando de frío, había una mujer. Una joven con los cabellos canos... Una ruina como yo... Sin embargo, mis ojos vieron su hermosura... aquella mujer debió tener los cabellos negros y brillantes, y los ojos negros y llenos del fuego del amor. La miré, me miró, se arrancó de su rincón, y se vino a asir los hierros de su jaula.

La parte superior de aquellos pedestales ó torreones está coronada de flores del tiempo, y por una figura de bronce, la cual arroja hácia lo alto un hilo de agua. Rodéanles una verja circular, por entre cuyos hierros alcanzamos á ver los aparatos de cocina.

Al separar mis manos crispadas de los hierros, sentí la presión de las suyas y una comprimida carcajada que me dejó confuso. ¡Eso! ¡eso! ¡Así me gusta usted, hombre! Ya iba empalagada de tanto dulce. ¿Qué quiere decir esto, Gloria? Quiere decir que no sea usted tan melosito, porque el jarabe cansa y el incienso marea.

En tu buque puedo vivir olvidada del mundo, como si hubiese muerto... Y si mi presencia te disgusta, llévame lejos de Francia, déjame en un país lejano. Deseaba salir de este aislamiento en tierra enemiga teniendo que obedecer á sus superiores, como una fiera enjaulada que recibe pinchazos á través de los hierros. La hacía temblar el presentimiento de su próxima muerte.

Mas, ¡ay, sin ventura!, que se le ha asido una punta del faldellín de uno de los hierros del balcón, y está pendiente en el aire, sin poder llegar al suelo.

La familia parecía otra, más alegre y con mejor salud al tenerle seguro en casa por unos cuantos meses. Salía con el fieltro echado atrás, moviendo su bastón de puño de oro y mirándose los gruesos brillantes de los dedos. En el vestíbulo le esperaban varios hombres, de pie junto a la cancela, al través de cuyos hierros se veía el patio blanco y luminoso, de fresca limpieza.

Veía que me condenaba a puñados y que me iba al infierno por sólo el sentido del tacto. Si hablaba, solía, porque no me oyesen los demás que estaban en las rejas, juntar tanto con ellas la cabeza, que por dos días siguientes traía los hierros estampados en la frente, y hablaba como sacerdote que dice las palabras de la consagración.

Entonces salió de su escondite y avanzó a paso de lobo hasta el balcón bien amado. Ni siquiera se fijó en si la puerta estaba abierta o cerrada, ¡tanto le atraía aquel balcón! Se apoyó en el borde, palpó los hierros y apoyó su nariz y su boca contra un vidrio, sintiendo una frescura consoladora con el contacto.

Palabra del Dia

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