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Actualizado: 26 de mayo de 2025
¡Habla!... ¡habla!... te digo que hables pronto... ¿qué hay, Petra?... ¿qué hay?... Don Fermín, con disimulo, apoyó una mano en la mesa. Hubo una pausa . Habla, por Dios.... ¿En confesión? Petra, habla... pronto... Señor, yo he prometido decir a usted... todo.... Sí, todo, habla. Pero ahora no sé... no sé... si debo....
No me hables de ellas.... ¡Valientes imbéciles! Ni en las aleluyas del mundo al revés.... Se visten como los hombres, con lanilla inglesa; van feas como demonios con esos colores de enterrador, apagados, sombríos; y en el verano gastan, cuanto más, percal de tres reales, con lo que creen ir tan elegantes. ¡Oh, aquellos tiempos míos!
Mira cómo tiemblo; es la impresión, que aún no ha pasado, el susto de ver descubierto mi secreto. ¡Un hombre como tú descendiendo hasta mí, fea y enferma para siempre...! No; no me hables del otro. Lo olvidé hace mucho tiempo; ¿cómo voy a recordarlo ahora que me haces la limosna de tu cariño? No, Gabriel; tú eres el más grande y el más bueno de los hombres. Me pareces un dios.
¡No hables tanto, Magdalena: te fatigas demasiado! dijo con acento de ternura el doctor, único de los presentes a quien su amor había dado fuerzas para conservar la serenidad.
Pero pasando de la ternura a la cólera, con su vehemencia de impulsivo, se fijó en Fermín, como si hasta entonces, hablando de la fiesta, se hubiese olvidado de él. ¡Y tú no viniste! exclamó rojo de indignación, mirándole duramente. ¿Por qué?... Pero no hables: no mientas. Te advierto que lo sé todo. Y siguió hablando a Montenegro en tono amenazador.
El fuego de la fiebre me subió a la cabeza y cada pulsación de mis arterias me gritaba: «¡Es necesario que le hables! ¡Es necesario que le hables!» Me desvestí a medias y me recosté en el sofá. El reloj tocó las once; tocó las once y media. Todavía se oía resonar en la casa el ruido de sus pasos, pero mientras más tarde se hacía, menos posible me era poner en ejecución mi proyecto.
Francisca... protestó su madre angustiada. No hables así... La risa que se apoderó de todo el mundo acabó de restablecer el perfecto equilibrio de la conversación. Cuando todos se marcharon la abuela me regañó por mi indiscreta curiosidad y por las reflexiones de Francisca. Las faltas son personales hice observar a la abuela.
La niña le dio las gracias con una sonrisa. ¿Te encuentras bien ahora? ¡Oh, sí; muy bien, muy bien! ¿Quieres dormir un poco a ver si te pasa ese malestar? No, no quiero dormir... Déjame..., no me hables..., ¡si supieras qué bien me encuentro! Ricardo sonrió satisfecho y le acarició la cara como a un niño.
Vamos a tener dentro de un momento al lado personas extrañas; es necesario que delante de ellas no me hables de usted. Aquello era ir de mal en peor. Comprendí que no podía vivir al lado de Amparo sin que muy pronto me olvidase del todo y me convirtiese en su tirano. En el tirano de una víctima resignada.
A ser el afecto de Millán pasión hondamente arraigada, hubiese puesto empeño en recobrar lo que perdía; mas también en él palpitaba un fondo de propia y exagerada estimación, en que era de mayor cuenta el orgullo que el cariño. «No hables de esto a tu hermana había dicho a su amigo porque el querer no se impone ni es cosa para recibida de limosna.»
Palabra del Dia
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