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Frecuentemente iban mil hombres a llenar en la fuente próxima unas cuantas alcarrazas de agua. Si por acaso salían a merodear pelotones de poca fuerza, eran despachados por los guerrilleros en menos que canta un gallo.

Las dotes militares de Joaquín, más que de general de tropas regladas, eran de guerrillero hábil en golpes de mano. Viene esto de la índole de los tiempos, que repugnan la epopeya. No pueden substraerse los amores a esta ley general del siglo prosaico... El atrevido capitán de partidas, desde que habló con su padre, ideó, pues, la emboscada más hábil que concertaron guerrilleros en el mundo.

Todos parecían de la misma opinión, excepto Hullin, que, sin hacer ninguna observación, bajó a la terraza, donde se encontraban los demás guerrilleros. Hijos míos dijo , el enemigo nos envía un parlamentario. No sabemos lo que quiere, aunque supongo que será una intimación para deponer las armas; pero también puede ser otra cosa.

Apenas hubo terminado el combate, cerca de las ocho, Marcos Divès, Gaspar y unos treinta guerrilleros subieron al Falkenstein con banastas llenas de víveres. ¡Qué espectáculo les esperaba allí! Todos los sitiados, tendidos en el suelo, parecían muertos. Por mucho que se les sacudía, por muy fuerte que se les gritaba en los oídos: «¡Juan Claudio!... ¡Catalina!... ¡Jerónimo!», no respondían.

A partir de aquel momento el ruido de las cucharas y tenedores y el glogloteo de las botellas substituyeron a la conversación hasta las ocho y media de la noche. A través de los cristales de las ventanas se veía el resplandor de grandes hogueras, que anunciaban que los guerrilleros se disponían a hacer honor a la cocina de Luisa, y aquello contribuía a la satisfacción de los invitados.

Después de un breve silencio, encontrándose más tranquila, se disponían las dos mujeres a volver al camino, cuando vieron a cinco guerrilleros y al doctor que iban en su busca. ¡Bien, Luisa! ¡Ya puede usted llorar cuanto quiera! dijo Lorquin ; pero usted es un dragón, un verdadero demonio. Y ahora se hace la chiquita; pero todos hemos visto lo que ha hecho.

Los guerrilleros, en fila, con el fusil a la espalda, marchaban por lo alto del talud, y el doctor, a caballo, iba por el camino en trinchera, abriéndose paso por entre las ramas de los árboles, proyectando su negra sombra sobre el sendero profundo, y la Luna alumbraba los alrededores.

Espejo, Fernan-Nuñez y Montemayor eran como tres guerrilleros avanzados puestos en emboscada por Córdoba detrás de una sierra que les servia de barrera contra las acometidas del granadino; así como tenia destacadas delante de esa misma sierra, con el Genil por foso, otras muchas villas.

En medio de las torturas del hambre pasó aquel día, que era el que hacía diez y nueve de la llegada de los guerrilleros al Falkenstein. Todos permanecían silenciosos, sentados en el suelo, los rostros demacrados y entregados a una especie de sueño sin fin.

Apaciguose el doctor y dijo: Todo eso está bien y es cierto; pero no impide que yo, por culpa suya, llegue tarde; los buenos puestos ya están tomados, y distribuidas las cruces. Vamos a ver, ¿dónde está el general, para presentarle mis quejas? Soy yo. ¡Oh!, ¡oh! ¿De veras? , doctor, yo soy, y le nombro nuestro médico mayor. ¡Médico mayor de los guerrilleros de los Vosgos! ¡Bien; eso me agrada!