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Actualizado: 28 de junio de 2025


Recordaba vagamente al Barrabás, de haberle visto merodear por las Carolinas con una banda de golfos. ¡Pobrecillo! Tenía cara de bueno: le habrían perdido las malas compañías. Isidro entró en la cárcel, siguiendo al empleado que el director le dio por guía.

Aquel día, que era en extremo caluroso, o no habían salido las aves a merodear o habían vuelto tempranito, y trinando y piando, mientras que arrullaban tórtolas y palomas, hacían salva y música al Santo Patrono, así en los alrededores como dentro de la misma villa. Para mayor ornato y esplendor se habían erigido en ella seis triunfales arcos de lozano y verde follaje.

Las casuchas cercanas al cerro eran de pobres que vivían en la peor miseria: ladrilleros casi todos, que sólo encontraban trabajo en verano. Los otros meses pasábanlos entre privaciones, pidiendo fiado en la tienda. No tenían otro recurso que merodear en la Casa de Campo, saltando la tapia para coger cardillos, que vendían en Madrid.

Frecuentemente iban mil hombres a llenar en la fuente próxima unas cuantas alcarrazas de agua. Si por acaso salían a merodear pelotones de poca fuerza, eran despachados por los guerrilleros en menos que canta un gallo.

Los tres perros, aunque muertos de hambre, no se aventuraron mucho a merodear en país desconocido, con excepción de Yaguaí, al que el recuerdo bruscamente despierto de las viejas carreras delante del caballo de Cooper, llevaba en línea recta a casa de su amo.

Y reía, efectivamente, al pensar que vivían como unas grandes damas aquellas mozuelas cobrizas, de ojos de brasa, que él había visto merodear sucias y costrosas por los campos de Jerez.

Claro está que los negros y mulatos de la clase más ruda y humilde que hay en Cuba entre los rebeldes, están allí por merodear; que los aventureros de países extraños están para ganar importancia y dinero en la contienda; y que algunos ambiciosos, nacidos en la propia tierra, están porque sueñan con ser ministros ó presidentes de la República futura; pero si hay cubanos de arraigo y buena que conspiren ó luchen contra España y anhelen la independencia de Cuba, esa desconfianza secular, ese vicio inveterado del separatismo, es quien los mueve.

Sin que yo se lo preguntase, Primo me enteró del carácter e historia de aquel dulce personaje. Había robado unos gallos cuando tenía dieciocho años. Le echó mano la Policía. Se fugó a la sierra. Comenzó a merodear, asaltando a los pastores y a los viajeros, pero nunca les exigía más que lo indispensable para vivir. Mató a un guardia. Ya no pudo presentarse, porque le costaba la cabeza.

Aprendió entonces a merodear de noche en los ranchos vecinos, avanzando con cautela, las piernas dobladas y elásticas, hundiéndose lentamente al pie de una mata de espartillo, al menor rumor hostil. Aprendió a no ladrar por más furor o miedo que tuviera, y a gruñir de un modo particularmente sordo, cuando el cuzco de un rancho defendía a éste del pillaje.

El embajador no pudo verlo; había salido aquella noche de Constantinopla con tan grande urgencia, que sólo llevaba por equipaje una pequeña maleta de mano... Y con esta pequeña maleta de mano hemos visto a Jacobo llegar al Grand Hôtel, después de merodear dos meses por las logias más tenebrosas y los garitos más elegantes de Italia.

Palabra del Dia

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