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Atónito el criado le presentó los dos caminantes. Magnífico señor, dixo el ermitaño, no puedo ménos de daros las mas rendidas gracias por el agasajo tan noble con que nos habeis hospedado; dignaos de admitir esta palangana de oro en corta paga de mi gratitud.

Ni faltaba tampoco el caballero obligado de buena sombra, que dice gracias en voz alta y anda de grupo en grupo «quedándose con todo María Santísima». Era hombre de cincuenta años, poco más o menos, de mediana estatura, color cetrino, ojos saltones y bigote teñido, con las puntas engomadas. Se llamaba D. Acisclo. Un gran humorista.

Muchas gracias... y vamos a rematar ahora el punto de las edades, que quedó empezado antes de abrirse este paréntesis que acabo de cerrar. ¡Canástoles, cómo le preocupa a usted ese punto, hombre! Pues supongamos que se echa la cuenta y que me sale usted alcanzado en cuatro años, o que los dos salimos pata; después de todo, ¿qué? Nadie tiene más edad que la que representa.

»Había debido, hacía mucho tiempo, dar las gracias al Rey por las mercedes que me había concedido, pero la Corte viajaba en aquella época, y debía detenerse algunas semanas en Sevilla. Decidí emprender la marcha; era un viaje poco fatigoso y sobre todo una distracción para .

No osó preguntar al huésped lo que el Corregidor quería, ni el huésped lo dijo a nadie sino a su mujer; con que ella también volvió en si, dando gracias a Dios que de tan grande sobresaltó la había librado.

Tengo noticia que gobierna como un girifalte, de lo que yo estoy muy contenta, y el duque mi señor, por el consiguiente; por lo que doy muchas gracias al cielo de no haberme engañado en haberle escogido para el tal gobierno; porque quiero que sepa la señora Teresa que con dificultad se halla un buen gobernador en el mundo, y tal me haga a Dios como Sancho gobierna.

Después de haber dado gracias, el hombre se va alejando, volviendo poco a poco la cabeza a ver si descubría... pero entonces el calavera le asesta su último tiro, que acierta a darle en medio de las narices, y el hombre derrotado aprieta el paso, sin tratar de averiguar de dónde procede el fuego; ya no piensa más que en alejarse.

Pero ¡qué diablo! no soy tampoco un monstruo y no me parece enteramente imposible que una muchacha de talento y de corazón se enamore de un mozo que no es tonto, aunque no tenga la belleza de Apolo ni las gracias perversas de don Juan.

Su rostro, de ingenua expresión, algo aniñado, sólo adquiría cierta respetabilidad viril gracias á un bigote rubio obscuro, recortado como un cepillo de dientes. Este exiguo bigote y la raya correcta que partía sus cabellos en dos masas idénticas y lustrosas eran los detalles más visibles de su fisonomía en momentos de tranquilidad.

¡Como si supiera hacer otra cosa el inocente! Gracias por la lisonja. Es justicia, créalo usted... Pero ¿y si el que salte en la conversación no da motivos? Aquí todos le dan, poco o mucho, en diferentes sentidos. ¿Hasta el pobre boticario? Ese es hombre aparte, no solamente en Villavieja, sino en todo el mundo sublunar. En fin, allá usted, que yo lavo mis manos... Pero no le disgusta el tema...