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Pero aun esta revolución tuvo mal éxito, y setecientos gauchos pasaron por la angustia de abandonar su pampa y su parejero y embarcarse para ir a continuar en otra parte la guerra.

Inmediatamente el paisano se puso a disertar sobre el tiempo y a hacer comparaciones geográficas entre España y Guatemala, y dando un salto después llegó hasta Méjico y habló de los gauchos y de las vacas salvajes y de las diligencias donde los viajeros iban pertrechados de todas armas y de los asaltos de los bandidos, etc.

Toma, pícaro, toma, ¡ajo! ahora conocerás lo que es tener hambre... no, siento que no lo sepas todavía, porque te queda la estancia, pero, ya te llegará tu San Martín, como a los chanchos... Lo principal, que es el primer paso, está ya hecho: el Bernardino, patas arriba y el ministril aquel de las uñas largas, boca abajo; la tierra tiembla: mira, Quilito, ponte como los gauchos o los indios, la oreja contra el suelo, y sentirás un rumor así como de muchos caballos que galopan: es la vanguardia de la revolución, que se anuncia, que se armará pronto... ¡ay! ¡qué gusto! ese día, cuando el bochinche esté en lo mejor, atrapo al doctorcito Eneene... no, lo que es a ese nadie me lo toca, es mío... y con unas buenas tijeras le podo las uñas, cortándole hasta raíz de las yemas; le pongo un bonete con un murciélago pintado y un letrero que diga: ¡por ladrón! y a patadas, amarrado codo con codo, le llevo a la plaza Victoria y allí, delante del respetable público, le ensarto en la lanza del muñeco de la Pirámide; ¿qué tal? qué bueno sería, ¡ajo!

En él hay descripciones bien hechas y sin duda fieles, de la vida rústica de la Pampa, de aquellas fértiles praderas y de las costumbres, lances y amores de los campesinos o gauchos. Refiere la mala aventura de un pallador llamado Nastasio, a quien un tremendo huracán destruye y quema la cabaña y mata a la mujer y a los hijos.

Entre las gentes del pueblo pasaron algunos gauchos amigos de Manos Duras, como si el reciente suceso hubiese extinguido completamente la hostilidad que existía entre ellos y los habitantes de la Presa. A media tarde atravesó la calle central el mismo Manos Duras, mirando con interés hacia la casa.

Los blancos, descendientes de los señores feudales del pasado, dueños de las capitales, de la fuerza inicial, de la cultura, pretendieron dirigir la masa oscura y tratarla, poco más o menos, como en nuestras pampas trata el estanciero a los gauchos, en todo lo que a política se refiere.

Me he esforzado, sin presumir haberlo conseguido, en presentar un tipo que personificara el carácter de nuestros gauchos, concentrando el modo de ser, de sentir, de pensar y de expresarse, que les es peculiar, dotándolo con todos los juegos de su imaginación llena de imágenes y de colorido, con todos los arranques de su altivez, inmoderados hasta el crimen, y con todos los impulsos y arrebatos, hijos de una naturaleza que la educación no ha pulido y suavizado.

Yo quiero sólo notar aquí algunos que servirán a completar la idea de las costumbres, para trazar en seguida el carácter, causas y efectos de la guerra civil. El más conspicuo de todos, el más extraordinario, es el rastreador. Todos los gauchos del interior son rastreadores.

M. Martigny, uno de los pocos franceses que habiendo vivido largo tiempo entre los americanos, sabía comprender sus intereses y los de Francia en América, francés de corazón que deploraba todos los días los extravíos, preocupaciones y errores de esos mismos argentinos a quienes quería salvar, decía de los antiguos unitarios: «son los emigrados franceses de 1789; no han olvidado nada ni aprendido nada». Y efectivamente: vencidos en 1829 por la montonera, creían que todavía la montonera era un elemento de guerra, y no querían formar ejército de línea; dominados entonces por las campañas pastoras, creían ahora inútil apoderarse de Buenos Aires; con preocupaciones invencibles contra los gauchos, los miraban aún como sus enemigos naturales, parodiando, sin embargo, su táctica guerrera, sus hordas de caballería y hasta su traje en los ejércitos.

De vez en cuando, Celinda, que llevaba siempre una gran ventaja sobre su perseguidor, detenía la velocidad de su caballo como si quisiera dejarse vencer por Watson; pero al verle cerca volvía á salir á todo galope, insultándolo con las mismas palabras que inventaron los gauchos en otros tiempos para burlarse de la torpeza de los europeos en los usos del país y de su inferioridad como jinetes.