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Actualizado: 22 de mayo de 2025


Era además muy amigo de éste, y a los dos les supieron a gloria el licor de mi frasquete y los cigarros de mi petaca en cuanto los cataron. Se estremeció al verme de improviso junto a ella, y me pidió perdón por haberme tomado por... No me dijo por qué ni por quién; pero rompió a llorar y huyó a ocultarse en el cuarto frontero a la puerta de la escalera, el cual habitaban ella y Tona.

Algo como el hálito de otra presencia llegaba hasta él desde los sitios tenebrosos. Una hora pasó. La claridad caminaba sobre el muro frontero. Hacia la derecha otro ángulo del patio comenzó a iluminarse. Nuevo arco ornado de rosetas de piedra aparecía, y Ramiro, al mirar en aquella dirección, advirtió la forma de una mujer asomada como él hacia la noche. Era Casilda.

ALVAR. Aquí podéis escuchar, Que parece algarabía. Canten dentro. En Cartama me he criado, Nací en Granada primero, Y de Alora soy frontero Y en Coín enamorado. Aunque en Granada nací Y en Cartama me crié, En Coín tengo mi fe Con la libertad que di. Allí vivo adonde muero, Y estoy do está mi cuidado, Y de Alora soy frontero Y en Coín enamorado.

Aqui llegabamos con nuestra platica, quando Pancracio puso la mano en el seno, y sacó dél una carta con su cubierta, y besandola, me la puso en la mano: leí el sobrescrito y vi que decia desta manera. A Miguel de Cervantes Saavedra, en la calle de las Huertas, frontero de las casas donde solia vivir el Principe de Marruecos, en Madrid. Al porte: medio real, digo diez y siete maravedís.

Frontero al sitio en que imaginamos hallarnos, y en la otra banda del Guadalquivir, junto á su orilla, plantada de alamos blancos y de verdes cañaverales, veíase la Cartuja de Santa María de las Cuevas, rodeada por un espeso bosque de naranjos y de olivos, y en los últimos términos, la fundación insigne de San Isidoro del Campo, sepulcro del héroe de Tarifa, el monasterio de San Jerónimo y la robusta atalaya, erigida por los Guzmanes en el lugar de la Algaba, ya casi envuelta en las nieblas azuladas del horizonte.

Después de varios chascarrillos, y en un momento de reposo y silencio, el señor Chapaprieta dijo recatadamente, como para su sotana: «Parece confirmado que Su Santidad concede un título pontificio a los señores de NeiraEstos señores de Neira eran un matrimonio sin hijos, riquísimos, muy metidos por la Iglesia. El marido presumía de origen hidalgo. Vivían en un palacio, frontero al de Somavia.

Isidora dormía, al parecer, sosegadamente; D. José, que desde algún tiempo antes se había sometido a un meritorio régimen de sobriedad en alimento y lecho, se recostó vestido en un sofá de paja, frontero a la cama de su ahijada, el cual le servía de punto de acecho o vigilancia para no perder ni el más ligero movimiento de la enferma. Toda la noche ardía una vela, puesta dentro de una jofaina.

Lo que no pasaba era aquella negrura que se veía sobre el horizonte frontero: lejos de pasar, iba avanzando y extendiéndose en todas direcciones; y cuanto más avanzaba y se extendía, «más de ella» quedaba a la otra parte; vamos, como la «jumera» de un calero muy grande que acabara de encenderse detrás de los montes lejanos.

En estas imaginaciones acaso comencé a entonar, como solía, las letrillas melancólicas de los cantores del Cairo y de Córdoba, a punto de pasar frontero al palacio de Generalif.

Con todos esos elementos, comprendí que el suntuoso retablo, cuya intrincada hojarasca cubría el muro frontero de la capilla con pilastras y columnas retorcidas, frontones interrumpidos, ménsulas de caprichosa forma, y nichos y doseles cobijando esculturas policromas, haría brillar el rico y si se quiere bárbaro conjunto de oro y plata, como un áscua refulgente; y empecé a hacer preparativos con no escaso entusiasmo.

Palabra del Dia

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