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Actualizado: 19 de octubre de 2025


Jacinta mojaba sus dedos en ella diciendo con temor: «¿estará muy fría?, ¿estará muy caliente? ¡Pobre ángel, qué mal rato va a pasar!». Benigna no se andaba en tantos reparos, y ¡pataplum!, le zambulló dentro, sujetándole brazos y piernas. ¡Cristo! Los chillidos del Pituso se oían desde la Plaza Mayor.

Yo ni puedo, ni quiero, ni debo consentir extravagancias tan criminales. ¿No comprende esa mujer de Satanás que la educación que ha dado á su hija, que esos terrores que le ha infundido son como un veneno? ¿Quiere saciar el odio que me tiene, asesinando á su hija, porque también es mi hija? Comendador, ten sangre fría; mira que te engañas.

El contrario repuso, que mientras los grandes historiadores no lo autorizasen, consideraba una estupidez el sostener idea tan absurda: yo expuse con sangre fría y sonrisa impertinente, las razones que tenía para opinar de esta manera.

A los once años entró ella en el internado religioso y no le vio más. Porque a poco él moría en las sierras de Córdoba. Su imagen, después, se le presentó siempre circundada de fría penumbra, entre los pliegues de un sudario, mirándola con sus ojos inteligentes, tristes, velados de sombra mortal.

El mismo Breal le seguía con sus ojos de vidrio con tanta complacencia, que el joven estaba tentado por interpelarle directamente como en los tiempos en que siendo pequeño le tomaba por confidente de sus sueños infantiles. ¡Era dichoso! ¿Por qué?, hubiera preguntado la fría razón.

Los médicos también afirmó Salvatierra con su fría tranquilidad. Hubo un murmullo de asombro y extrañeza, como si el público que le admiraba fuese a reírse de él. Los médicos también, porque el día que triunfe nuestra revolución se acabarán las enfermedades.

Aniquilado por la impaciencia, me arrinconé en el asiento, delante de la anciana y junto al ganadero; recogí la indomable cortina y me puse a contemplar el paisaje, aquellos campos fértiles y ricos, aquellas montañas cubiertas de abetos, vistos diez años antes, a través de las lágrimas, una fría mañana del mes de Enero a los fulgores purpúreos del sol naciente.

Yo por mi parte había tenido bastante sangre fría para no hacerla sospechar el verdadero interés que me inspiraba. Volví a mi casa preocupado, dominado por el efecto que había causado en la vista de Amparo.

Entonces me lo dijo con una sangre fria, con un aplomo, con una conciencia de su buen derecho, que yo le escuchaba y no comprendia qué queria decirme. ¡Cuitado de mi! Me mudaba por ahorrarme 50 francos mensuales, y aquel hombre me pedia 67. ¿Qué es esto? Yo tengo el defecto de que doy demasiada importancia al no quejarme, al sufrir en silencio; pero esta vez no quise callar.

Por mi desdicha; quisiera ignorarlo todo. Me dais miedo. ¡Ah! ¡por fin! Mientras una mujer injuria ó llora ó se desespera, aún hay esperanzas de dominarla; pero cuando, como vos, acaba por hablar á sangre fría, y casi ríe... Entonces está resuelta... decís bien: y mi resolución es invariable. Pues bien, doña Catalina, os juro que os salvaré de vuestra propia locura, antes de algunas horas.

Palabra del Dia

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