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Actualizado: 31 de mayo de 2025
Cuando no está en los pastos, vésele sentado junto a su puerta, descifrando pacientemente, con una aplicación infantil y conmovedora, uno de esos folletos de color de rosa, azules o amarillos en que están envueltos los frascos de medicina que emplea para los caballos. El pobre diablo no se distrae más que en la lectura, ni tiene más libros que éstos.
Vestía chaqueta corta, sombrero cordobés de alas rectas, pantalón ceñido, faja de seda encarnada y camisa bordada con botones de diamantes: todo rico y esmerado, y mostrando no sólo un hombre bien acomodado, sino cuidadoso de su persona y quizá un poquito pagado de ella. ¿Y Joselillo? preguntó. Pues se fué hace ya bastante rato por unos frascos de ginebra y aún no ha venido. ¡Valiente niño!
Y después, ¡jamás el vapor oloroso de la mirra ardiendo en pebeteros de oro, jamás la violeta con sus hojas aterciopeladas, jamás la rosa ni el jazmín destilados en preciosos frascos de cristal se podrán comparar al delicioso perfume que exhalaba la cala de El Gavilán! ¡qué oloroso alquitrán, qué brea tan suave! ¡A fe de Dios! ¡Ciertamente no había un brick más hermoso que El Gavilán!
Los «frascos», arma terrible de los corsarios ibicencos, botellas ígneas que al romperse sobre la cubierta enemiga la incendiaban con su fuego, caen sobre el navío del «Papa». Arden los cordajes, flamea la obra muerta, y como demonios saltan entre las llamas Riquer y los suyos, la pistola en una mano, el hacha de abordaje en la otra.
Un fuerte olor de drogas y medicinas partía de los frascos acumulados en la mesilla de noche; pero Marta no se mareaba con ningún olor, ¡tenía la cabeza firme!, y su salud, jamás alterada, era la envidia de todos los de casa. Ricardo también se sentaba a veces a los pies de la enferma.
Otras veces entreabría con esfuerzo los carnosos párpados, y enviaba de sus ojos, profundos y tristes, miradas de agradecimiento a los que le rodeaban. Cuando el camarero repicó a la puerta, la duquesa buscaba una medicina entre los frascos del tocador. Había tomado en la mano un pomo que decía: «La onda del Leteo. Tinte indeleble para el cabello», y pensaba: «Voy a probar yo este tinte.
Sí, la tiene; no me lo niegue usted. ¡Y el hambre nos hace pensar unas cosas tan tristes!... Verá usted cómo yo le quito en un momentito esa cara de vinagre y se la pongo de jerez amontillado... Aquí lo traigo en este frasco... Al mismo tiempo abrió un saquito de piel que traía en la mano y comenzó a sacar vitualla y dos o tres frascos con vino y leche.
Tenía, además, otra particularidad: recibía toda su correspondencia en la redacción; no se pudo averiguar dónde vivía; se llegó a sospechar que tenía en una buhardilla una mala cama, un gran lavabo con muchos frascos, tintes, pomadas o cosméticos, y una percha cargada de ropa; pero nadie logró poner en claro la verdad.
Palabra del Dia
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