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Actualizado: 4 de junio de 2025


Ahora... ahora, clavando las uñas en la franela roja del barandal, sentía que el corazón se le inundaba de hiel y veneno: nada, estaba visto que era tonta; ¿por qué no echó la carta en el correo? Pero no; esa miserable y artera venganza no la satisfacía; cara a cara, sin miedo ni engaño, con la misma generosidad de los personajes del drama, debía ella pedir cuenta de sus agravios.

Iba trémula, de un costado a otro del buque, erguida dentro de un elegante vestido de viaje, flotando sobre su espalda un largo velo y agitando un pañuelito en la diestra. Sonreía a un bote automóvil que evolucionaba en torno al trasatlántico. En la popa de aquél estaba sentado un buen mozo con pantalones de franela blanca, sombrero de paja y una flor en la solapa de su americana azul.

Ella, juvenil y ligera, parecía una flor de oro y nácar dentro de sus vestidos de franela blanca, de corte masculino, con corbata de hombre y un panamá de alas caídas, al que se arrollaba un velo azul.

Encima de esta había una caja de velas, y dentro, envuelto en franela de un encarnado chillón, yacía el recién llegado a Campo Rodrigo. Al lado mismo de la improvisada cuna, había colocado un sombrero; pronto se comprendió su destino.

El viejo examinó el contenido y dijo más animado: Me parece que hay bastante. Esperar un momento; vuelvo en seguida. Y entró de nuevo en el cuartito, llevándose una camisa vieja de franela y el aguardiente. Como la puerta quedó entreabierta, se oyó distintamente el siguiente diálogo: Dime, hijo mío, ¿dónde te duele más? Me duele todo. Ora aquí y ora ahí debajo; pero es más fuerte de aquí a aquí.

Sin quitarse el mantón, entró en el comedor y abrió, con la llave más gruesa de su llavero, el cajón bajo del aparador: había hasta tres pares de cubiertos de plata, envueltos en papeles de seda y en retazos de franela muy limpia: eran los últimos restos del antiguo esplendor de los Vargas, cuchillos y tenedores que, más de un bien cebado prior había manejado, en las comidas suculentas y frailunas del místico don Aquiles.

Acércate, hija mía, acércate... Yo no puedo salir a recibirte. Tenía la pierna extendida y el pie rodeado de franela. ...Pero mi corazón va a tu encuentro; , mi corazón va a tu encuentro. Lacante dijo esto dos veces, como para convencerse bien a mismo. La muchacha se arrodilló al lado de su butaca y le besó la mano, en la que cayeron unas lágrimas.

En esto, la luz de la mañana iría creciendo cada vez en intensidad: los ancianos patriarcas de la población se irían levantando apresuradamente, cada uno envuelto en su bata de franela, y las respetables matronas sin detenerse á cambiar su traje de dormir.

Las lugareñas de más tono usan mantilla sin velo ni blondas, esto es, una gran tira de franela negra, con anchas franjas de terciopelo. Las muy pobres, hacia Levante, llevan el mantón doblado en triángulo, pendiente de la cabeza, lo que les ahorra otro pañuelo y les da un aire míseramente africano.

Quién llevaba un terno de franela blanca como el ampo de la nieve con guantes y sombrero negros; quién lo lucía de color de lagarto con un sombrerito azul de alas microscópicas; quién, por fin, había creído oportuno vestirse de tricot negro con guantes, botines y sombrero blancos.

Palabra del Dia

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