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Actualizado: 3 de mayo de 2025
Al decir esto los ojos de Teresina se fijaron sin miedo en los de su amo. ¿No dice a qué viene? No ha dicho nada más. Pues que pase. Petra se presentó sola en el despacho, vestida de negro, con el pelo de azafrán sobre la frente, sin rizos ni ondas, con los ojos humillados, y con sonrisa dulce y candorosa en los labios. El Magistral la reconoció.
Su pobreza no le parecía desgracia, sino injusticia, y el lujo de los demás mirábalo como cosa que le había sido sustraída, y que tarde o temprano debía volver a sus manos. Las niñas de Pez apenas se fijaron en la muchacha que entraba.
El toque de clarín de Yara, primero, haciendo vibrar su joven alma de patriota, la prisión de su viejo amigo, los sucesos de Villanueva, y otros desmanes y abusos cometidos por el Gobierno de España en Cuba, fueron seguramente los que fijaron en su mente la divina idea de libertad y la necesidad de conquistarla. Fue entonces como su despertar glorioso.
La primera persona que encontré en la habitación del religioso, sentada y triste junto a una puerta cuyas cortinas estaban corridas, fue a Amparo. Al verme se levantó de una manera nerviosa, y sus ojos se fijaron en mí con una alegría inmensa, pero aquella alegría tuvo la duración de un relámpago. ¡Ah! dijo yo no esperaba... que volviéseis tan pronto.
Todo estaba a punto ya para la última ceremonia, y el Sultán dispuso que su hermosa novia subiese desde su morada en los palacios de Granada a los alcázares de la Alhambra, tres días antes de las bodas, que se fijaron para el hálid o plenilunio del mes de las flores.
Los jóvenes elegantes mostraron admiración. «¡Muy curioso!» «¡Muy interesante!» Entonces se fijaron en él por primera vez, y alabaron sus ojos profundos, la poderosa pesadez de sus cejas. Alguien hizo el elogio de su fealdad varonil, de sus cabellos ásperos y alborotados, encontrándole cierta semejanza con la cabeza de Beethoven.
Eran de un fulgor vivísimo aumentado tal vez por sus ojeras, y como abyssus abyssum invocat, aquellos ojos se fijaron en los profundos y cóncavos del P. Salví que los tenía desmesuradamente abiertos como si viesen algun espectro. El P. Salví se puso á temblar. Esfinge, dijo Mr. Leeds, ¡dile al auditorio quien eres! Reinó un profundo silencio.
Tambien se alteró el plan de defensa, porque de errantes y lanzeros que eran los blandengues, se fijaron en varios puntos, ó guardias, repartidas por la frontera, y se armaron como dragones, sirviendo en caballos propios.
Y si él no me busca, le buscaré yo... Yo tengo mi idea, y no hay quien me la quite». Incorporose después, quedándose apoyada en un codo y mirando a los ladrillos. Sus ojos se fijaron en un punto del suelo. Con rápido impulso saltó hacia aquel punto y recogió un objeto. Era un botón... Mirolo tristemente, y después lo arrojó con fuerza lejos de sí, diciendo: «es negro y de tres aujeritos.
El hacía memoria con facilidad de las cosas que había comprado en su vida, á pesar de ser tantas. Sus ojos buscaban ahora lo personal, lo que podía evocar la imagen del ausente. Y se fijaron en los cuadros apenas bosquejados, en los estudios sin terminar que llenaban los rincones.
Palabra del Dia
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