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Actualizado: 4 de mayo de 2025


Quilito, tan pronto como pudo acercarse, vino a saludarla, y sin mediar presentación siquiera, charlaron como antiguos amigos. ¿No sabían, acaso, que eran primos y que él se llamaba Quilito y ella Susana? Charlaron de muchas cosas: él, de sus estudios, de sus esperanzas; ella, de sus distracciones, pero ni uno ni otro se atrevió a rozar, aun incidentalmente, el tema escabroso de la familia.

No como una segunda fase de su carácter servicial, sino como una ampliación de él, tenía don Manuel la virtud de la filogenitura, o sea protección decidida, incondicional, una protección frenética y delirante, a la copiosísima, a la inacabable, a la infinita familia de los Peces.

Los días de cumpleaños del Rey, los de su real nombre, y todos aquellos en que se festeja alguna felicidad de la monarquía o de la real familia, desde la víspera de mañana se pone el Cabildo en ceremonia; sacan de las casas de cabildo las cuatro banderas que tiene cada pueblo, dos con las armas reales y dos con cruces de Borgoña, y las demás insignias militares, que son cuatro picas largas de a cinco o seis varas, y muy delgadas, con mojarras pequeñas en las puntas, y algunos pequeños plumajes de colores; puestos con orden y distribución en algunas partes de ellas, cuatro jinetas a la usanza antigua, y algunos bastones, unos en la forma común, y otros con escudete de metal o acero por puños.

París era completamente nuevo para él, porque había vivido en el campo bajo la férula inflexible de su padre hasta el momento de partir para el Senegal. Gustó tan tarde de los placeres, que no tuvo tiempo para saciarse. Todo le parecía hermoso, los goces de la mesa, las satisfacciones de la vanidad, las emociones del juego y hasta las austeras alegrías de la familia.

Dos veces que Gallardo rodó en la arena, viéndose próximo a ser enganchado, el Nacional se arrojó sobre la bestia, olvidándose de los niños, de la mujer, de la tabernilla, de todo, queriendo morir para salvar al maestro. Su entrada en el comedor de Gallardo era acogida por las noches como si fuese la de un miembro de la familia.

Créame V., tío: desde Vicente Espinel hasta nuestra edad, Ronda no ha producido más ingenioso poeta que nuestro amigo D. Carlos de Atienza, ilustre mayorazgo de la mencionada ciudad, el cual vive en Sevilla con sus padres, trata de tomar en aquella Universidad la borla de doctor en ambos Derechos, y ahora descuida bastante los estudios por seguir á Clori, que, desde Sevilla, se ha venido aquí de asiento con su familia, á quien V. sin duda conoce.

Don Marcelo lo reconoció con sorpresa. ¡También el comandante Blumhardt!... Pero inmediatamente excusó su acto. Encontraba natural que se llevase algo de su casa, después que el comisario había dado el ejemplo. Además tuvo en cuenta la calidad de los objetos que se apropiaba. No eran para él: eran para la esposa, para las niñas... Un buen padre de familia.

¡Y qué pesadas habrían sido las horas de aquella temporada, que él llamaba su condena, si no las aligerasen con su cariño y con mil solicitudes y ternezas las seis personas que él designaba con el dulcísimo nombre de la sacra familia!

Aunque la casa es mía exclusivamente, por haberla preferido en el reparto de la herencia a otros bienes de mayor valor, siempre creo que pertenece a toda la familia para estos fines de lucimiento común, para mantener el apellido y honrar a nuestra estirpe. Así, pues, estaba descontado que la presentación de Carmen y Lucía tuviera lugar en mi casa. Mis reparos se referían solamente a su corta edad.

Hasta la noche parece haber enmudecido sobrecogida. Intenta la familia cerrar las hojas y no puede, como si tropezasen con un cuerpo invisible, con alguien que asoma y se detiene indeciso, antes de orientarse. Y después, el ser misterioso avanza por la sala. Nadie le ve, pero se adivinan sus pasos sobre el tapiz, presienten todos que algo pasa ante la lámpara verde.

Palabra del Dia

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