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Actualizado: 22 de junio de 2025
¿Era creíble que aquel hombre, a quien la leyenda atribuía tantas queridas como a don Juan, hubiera permanecido en compañía de la estudiante, sin que la comunidad de doctrinas y propósitos originase relaciones más íntimas? Y no faltaban indicios que apoyaran esta sospecha.
El arte gótico, tal vez por haber comenzado en nuestro suelo mas tarde, no habia degenerado aun como en Francia, no se hallaba reducido á la rutina de los oficios, ni le faltaban profesores que le ejerciesen con dignidad é independencia.
Hoy hemos dicho que apenas se concibe un barco de vela; sin embargo, nuestro convencimiento en contrario era tan perfecto, como que el día diez y seis sólo habíamos andado doce millas. ¡Y nos faltaban ciento veinte! Indudablemente los barcos de vela quedarán relegados únicamente para el uso de los pescadores de caña y los jugadores al dominó.
La hilandera, que en sus noches pavorosas tanto había deseado la llegada de la primavera, vio con inquietud desarrollarse los crepúsculos largos y luminosos. Ahora se reunía con su novio en pleno día, y nunca faltaban en el camino compañeras de la fábrica ó mujeres del vecindario, que al verles juntos sonreían maliciosamente adivinándolo todo.
Ignoro si en Sarrió han subido ya a la hora presente este peldaño de la civilización. Ni se crea que faltaban por eso algunos espíritus lúcidos que se adelantaban a su época y presentían lo que había de ser el teatro andando el tiempo. Pablito Belinchón era uno de ellos. Tenía abonado siempre, en compañía de otros tres o cuatro amigos, el palco de proscenio.
En vez de cantar un romance una sola persona, como antes se hacía, lo cantaron tres ó cuatro; trajes de terciopelo y calzas de seda no faltaban ya en ningún guardarropa, y en lugar de los muchachos, que antes representaban los papeles de mujeres, salían actrices al escenario, llevando perlas y cadenas de oro, y muchas veces en traje de hombres.
Acostóse con ellos, y, como si fueran pulgas, no le dejaron dormir ni sosegar un punto, y juntábansele los que le faltaban de sus medias; pero, como es ligero el tiempo, y no hay barranco que le detenga, corrió caballero en las horas, y con mucha presteza llegó la de la mañana.
Mucho tiempo hacía que Anita no había tenido uno de aquellos impulsos cariñosos de que solía ser objeto don Víctor, pero aquel día, a la tarde, sobre todo al obscurecer, lloró ocultando el rostro, pensando en el esposo ausente. «¡Cuánto deseaba su presencia! sólo él podría acompañarla en la soledad de enfermo que empezaba aquel día». En vano la Marquesa, Paco, Visitación y Ripamilán acudieron presurosos al tener noticia del mal; a todos los recibió afablemente, sonrió a todos, pero contaba los minutos que faltaban para las diez de la noche. «¡Su Quintanar!
Sabía que continuaba viviendo en el estudio. Dos veces había ido á verla por la escalera de servicio, como en otros tiempos, pero ella estaba ausente. Al subir en el ascensor, palpitó su corazón con una celeridad de placer y de angustia. Se le ocurrió á la buena señora, con cierto rubor, que algo semejante debían sentir las «mujeres locas» cuando faltaban por primera vez á sus deberes.
Ni Pérez carecía de elocuencia con que hacer de este discurso semilla fructífera, ni le faltaban en toda especie datos estadísticos con que mostrar la perspectiva de la cosecha.
Palabra del Dia
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