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Actualizado: 22 de junio de 2025
Cada semana señalaban los tres primeros días para que todos los indios trabajasen para la comunidad, en los trabajos que el padre disponía, y los tres restantes habían de ir a trabajar a sus chacras, lo que asimismo celaba el padre que lo cumplieran, castigando a los que faltaban a ello.
Cerca ya del anochecer, y después de dos horas de esperar en vano los que en el puerto lloraban, y cuando la vista más sutil no había podido distinguir desde los puntos más elevados de la costa ninguna lancha en la mar, y había tiempo sobrado para tener noticias de las que pudieran haberse refugiado en boquetes ó ensenadas, faltaban siete.
Al de Guajan, punto al que llevábamos la proa, es adonde nosotros deseábamos llegar, pero ... faltaban ciento veinte millas. Por último, como todo tiene su fin, y sin más accidente que sea de contar, llegaron las primeras horas de la tarde del diez y siete en que la voz de ¡tierra! se oyó del castillo de proa.
Nunca faltaban viajeros que, exhibiendo los papelillos de colores de don Antolín, esperaban el momento de admirar las alhajas. El Vara de plata no veía un extranjero que no se imaginase que era un lord o un duque, extrañándose muchas veces de su desgarbo en el vestir.
La tristeza de Pepe iba en aumento; unos recursos faltaban, otros disminuían; con los objetos de algún valor que fueron empeñados no había que contar, por haber vencido los plazos; pero lo peor de todo era que el malestar de don José y la miseria, a cada momento más cercana, dejaban fría, casi indiferente a doña Manuela y desesperada a Leocadia.
Le faltaban fuerzas para vestirse. Con un arranque de su voluntad llegaba a la cocina, y tosiendo y estremeciéndose por contener las náuseas, preparaba la comida.
El exordio fue breve, y luego, sin cuidarse mucho de reglas ni preceptos, entró de lleno a narrar, para comentarlo, el episodio en que Cristo dijo: Dad a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César. Su lenguaje era siempre llano: cuando quería elevarse le faltaban palabras, y al buscar naturalidad, caía en lo vulgar y tosco.
Esta, para que Rafaela no viese que entraba en su casa acompañada de otra persona, abrió la puerta con la llave que tenía en el bolsillo. Las dos mujeres, calladas y de puntillas, subieron a la sala alta. Faltaban ya pocos minutos para dar las ocho.
Le faltaban las fuerzas; ¡pero de qué manera!, y hasta la vista parecía amenguársele y pervertírsele, porque veía los objetos desfigurados y se equivocaba a cada momento, creyendo ver lo que no existía. Se asustó mucho y llamó; pero nadie vino en su auxilio.
Sí señor, sí; va á comenzar pronto... ¡Ya lo creo que comenzará!... ¡Como que el tiempo se echa encima de un modo!... No era cierto. Faltaban aún más de quince días para pensar en la siega; pero D.ª Robustiana no vaciló en mentir con tal de facilitar el viaje de su protegida. Llegó Flora. El capitán la recibió con afabilidad, pero sin gran calor.
Palabra del Dia
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