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Era evidente que se sentía aterrada por la proximidad del día fatal. "¿Cómo es posible pensó que sólo ahora, tal vez demasiado tarde, se me haya ocurrido llamarle?" No vaciló. Si Julio acudía, su presencia inesperada desarmaría en seguida la voluntad de Adriana, aun en aquellos momentos, cuando apenas faltaban horas para que llegaran los testigos.

Los domingos y fiestas pasaba largas horas aquí, en San Luis, arrodillada hasta que le faltaban las fuerzas... Y esa era la observación que yo quería hacer a usted: que es por demás increíble cómo, con tanta fe, ha podido hacer lo que ha hecho. El Príncipe no hablaba.

Y no acometí enseguida las reformas que había ido proyectando en el viejo caserón de los Ruiz de Bejos, porque éstas eran palabras mayores, como decía el Cura, y me faltaban los elementos necesarios para acometerlas.

¿No lo decia yo?.... el correo de hoy!.... La una es de N. su corresponsal en la plaza N. Vamos, cabalmente allí tenia sus aprietos. Dice así: «Muy Sr. mio: en este momento acabo de salir de la reunion consabida. No faltaban renitentes, pero al fin apoyado de los amigos N N, he conseguido que todo el mundo entrase en razon.

No faltaban las zagalas de égloga, en trenzas y en corpiño, zagalas de Sotalvo, de Tornadizos, de Fontiveros, lavanderas o pastoras, que no habían logrado quitarse el olor de las lejías o el tufo de los chotos y cervatillos.

En este caserío nació y pasó los primeros años de su infancia Martín Zalacaín de Urbia, el que, más tarde, había de ser llamado Zalacaín el Aventurero; en este caserío soñó sus primeras aventuras y rompió los primeros pantalones. Los Zalacaín vivían a pocos pasos de Urbia, pero ni Martín ni su familia eran ciudadanos; faltaban a su casa unos metros para formar parte de la villa.

Le apenaba, primeramente, por , que volvería a hallar eternas las horas, Dios sabía por cuánto tiempo, entre los paredones de la casa; porque las nevadas que venían de repente como aquélla, y a traición, lo mismo podían ser pasajeras que durables; y en segundo lugar, ¿para qué había de ocultármelo? el mucho frío le calaba más «jondo» de lo que él pensaba con los buenos ánimos que tenía para resistirle... Pero «el hueso, el pícaro hueso envejecido como el suyo, era tierra pura, ¡tierra pura y mala que se reblandecía y desborregaba en cuanto le faltaban las lumbraducas de sol!». Otra cosa: todos los años se sacaba la nieve en los puertos su correspondiente ración de carne viva; y siempre que vio nevar por primera vez en cada invierno, se preguntó a mismo: ¿a qué infeliz le tocará este año la suerte?

Es cierto que no faltaban mozalbetes en el lugar, empezando por el barberillo, que persistía en suspirar por María; pero todos estaban lejos de poder competir con Stein. Por este tranquilo estado de cosas habían pasado tres veranos y tres inviernos, como tres noches y tres días, cuando acaeció lo que vamos a referir.

Un corredor o galería, sostenida por columnas de mármol, le circundaba; y así en la galería, como en varias salas a que la galería daba paso, había mesas de tresillo, otras con periódicos, otras para tomar café o refrescos; y, por último, sillas, banquillos y algunas butacas. Las paredes estaban blancas como la nieve del frecuente enjalbiego, y no faltaban cuadros que las adornasen.

Constituían su biblioteca, en primer término, las publicaciones que se hacían en la América latina, cuyo progreso intelectual seguía con avidez, habiendo escrito juicios sobre muchas de ellas; pero tampoco faltaban los de la literatura norteamericana, cuya lengua conocía profundamente, aunque no fuera inclinado a hablarla.