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Actualizado: 30 de abril de 2025
Entre tanto, acercábase el día designado para llevar el basilisco a las Micaelas. Nicolás Rubín había hablado al capellán, su compañero de Seminario, el cual habló a la Superiora, que era una dama ilustre, amiga íntima y pariente lejana de Guillermina Pacheco. Acordada la admisión en los términos que marca el reglamento de la casa, sólo se esperaba para realizarla a que pasasen los días de Semana Santa. El Jueves salieron Maxi y su amiga a andar algunas estaciones, y el Viernes muy tempranito fueron a la Cara de Dios, dándose después un largo paseo por San Bernardino. Fortunata estaba, con la religión, como chiquillo con zapatos nuevos, y quería que su amante le explicase lo que significan el Jueves Santo y las Tinieblas, el Cirio Pascual y demás símbolos. Maxi salía del paso con dificultad, y allá se las arreglaba de cualquier modo, poniendo a los huecos de su ignorancia los remiendos de su inventiva. La religión que él sentía en aquella crisis de su alma era demasiado alta y no podía inspirarle verdadero interés por ningún culto; pero bien se le alcanzaba que la inteligencia de Fortunata no podía remontarse más arriba del punto a donde alcanzan las torres de las iglesias católicas.
Don Germán asustado, confuso la instó para que se explicase. ¿Qué había pasado? ¿Había tenido algún disgusto con los criados? ¿Le habían dado algún susto? Elena callaba, llorando cada vez con más sentimiento. Al cabo profirió entre sollozos: No sé lo que tengo... nada me ha pasado... pero he sentido miedo de pronto... ¡un miedo tan horrible...! Pensé que no te volvería a ver más...
Los sonidos infantiles que agitaban el corazón de Silas se articularon y reclamaron respuestas más precisas; las formas y los ruidos se tornaron más claros para los ojos y los oídos de Eppie; y hubo cosas nuevas que le pidió a «papá» con tono imperativo que observase y le explicase.
Una tarde, casi a oscuras, paseaban juntos por el salón de los retratos, y cuando Sebastián preparaba una frase que en pocas palabras explicase los grandes méritos que había adquirido amando tantos años sin decir palabra ni esperar cosa de provecho, Emma se le puso delante, le mandó encender una luz y acercarla al retrato del ilustre abuelo.
La misma quinta estaba hipotecada y su valor no podía sacar a nadie de apuros. En manos del filósofo no había hecho más que ir perdiendo. «Es decir, que estoy casi en la miseria». Sus derechos de orfandad, que le dijeron que serían una ayuda irrisoria, poco más que nada, tardaría en cobrarlos; no tenía quien le explicase cómo y dónde se pedían.
Fortunata había oído la voz de doña Lupe, y cuando esta se retiró, quiso que Ballester le explicase qué traía por allí. «Pues nada, que la ministra esa quiere meter las narices, y ver a usted, y hablarle y decirle cosas que sin duda la marearán». ¡Ah!, que no entre... no la puedo ver. Creo que me pondré mala si la veo. Y de mi marido, ¿qué dijo? No le nombró.
Uno de ellos, reo de dos muertes, y que en el tumultuoso desórden de la doctrina de Tatasi habia tomado y maltratado á su cura dentro de la iglesia, con fuertes golpes, y por varias veces le habia puesto el cuchillo á la garganta para degollarle, amaneció muerto el dia que se habia de verificar en su persona el último suplicio, de lo que inmediatamente se dió parte al Comandante, quien la tarde antes le habia tomado la declaracion, sin notarle indisposicion alguna: y creyendo que aquel accidente le nacia de algun efecto de desesperacion ó de descuido, mandó se le reconociese; lo que egecutado, le hallaron el brazo y mano con que habia cometido el sacrilegio, enteramente descarnado el hueso, como si fuese de un esqueleto de muchos años, y la manga de la chupa llena de gusanos: de todo lo que enterado Reseguin, dispuso se colgase en la horca, y que el cura explicase al numeroso concurso que estaba presente, el orígen y las causas de aquel portento.
Sin duda tenía también más robustez física, más dureza de músculos, más plenitud de pulmones. No obstante, estaba sobre ascuas hasta que su hermano el cleriguito no se explicase. Podría suceder muy bien que cuando todo iba como una seda, saliese con ciertas mistiquerías propias de su oficio, sacando el Cristo de debajo de la sotana y alborotando la casa.
Las muchachas menores parecían un poco confusas; pero la mayor, Nastenka, que gustaba de leer novelas, estaba visiblemente intrigada e insistía en que Kotelnikov le explicase las verdaderas razones de su afición a las negras. ¿Por qué justamente las negras? preguntábale. Todos estaban contentos, y cuando Kotelnikov se fue, hablaron de él con afecto.
Seria de desear que Kant nos explicase por qué el sentido íntimo de la identidad numérica puede ser expresado con esta proposicion: todo este tiempo se halla en mí como en una unidad individual; ó con esta otra: en todo el tiempo en que yo tengo experiencia de mí mismo, yo tengo conciencia de este tiempo como de una cosa que hace parte de la unidad de mí mismo.
Palabra del Dia
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