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Actualizado: 26 de junio de 2025


Y la verdad es que nadie con más razón puede aspirar al favor del Rey. ¿Adónde se dirige usted? A Estrelsau, para presenciar la coronación. El Rey miró a sus servidores; continuaba sonriéndose, pero su expresión revelaba ligera inquietud. Sin embargo, el lado cómico de la situación volvió a imponérsele.

Nuestra bonita Dalila de la posada, atraerá al Sansón del castillo. La precaución del duque Miguel, de no tener mujeres en el castillo no basta, amigo Tarlein. Para lograr completa seguridad, se necesita que no haya faldas en cincuenta leguas a la redonda. Conque las haya en Estrelsau me basta dijo el enamorado Tarlein dando un suspiro.

Sin contar con que en un instante puedo levantar a todo Estrelsau contra usted y ahogarlo con sus propias mentiras. No lo niego. Como podría casarme con la Princesa y mandar y Miguel y su hermano a... También es cierto asintió el viejo soldado.

Mi resolución acabó de afirmarse al leer en los periódicos que Rodolfo V iba a ser coronado solemnemente en Estrelsau tres semanas después y que la ceremonia prometía ser magnífica. Decidí presenciarla y comencé mis preparativos de viaje sin perder momento.

Mi entrevista con él fue notable, principalmente por el número de falsedades tan involuntarias como inevitables que le dije; y me burlé cruelmente de él cuando me confesó que me había sospechado de haber ido a Estrelsau en seguimiento de Antonieta de Maubán.

Se lo enviaron probablemente antes de que llegase a Zenda la noticia de la presencia de usted en Estrelsau; porque supongo que el mensaje lo mandaron de Zenda. ¡Y lo ha llevado encima todo el santo día! exclamé. Bien puedo decir que no soy el único que ha pasado un día de prueba. ¿Pero qué pensaría él de todo esto, Sarto? ¿Qué nos importa? Pregunte usted más bien qué es lo que piensa ahora.

Yo quería llevarlo a usted a Estrelsau, tenerlo allí a mi lado y decir a todos lo que ha hecho; quería que usted fuese mi mejor y más querido amigo, primo Rodolfo. Pero me dicen que no debo hacerlo y que se ha de guardar el secreto... si tal cosa es posible. Tienen razón, señor. Permítame partir Vuestra Majestad. Mi misión aquí ha terminado.

Tras larga carrera llegamos por fin a Estrelsau, entre ocho y nueve de la mañana. Todas las puertas de la ciudad estaban abiertas como de ordinario, excepto cuando las cerraban el capricho o las intrigas del Duque. Entramos en la capital siguiendo el mismo camino que habíamos recorrido la noche anterior, pero rendidos de cansancio, tanto jinetes como caballos.

Me figuro continuó, que cuando José anuncie a la escolta la partida del Rey, la atribuirán a que nos temíamos una mala pasada. Desde luego juraría que Miguel el Negro no espera ver hoy al Rey en Estrelsau. Me puse el casco y Sarto me entregó la regia espada, mirándome prolongada y cuidadosamente. ¡Gracias a Dios que el Rey se afeitó la barba! exclamó. ¿Por qué lo hizo? pregunté.

Juan le había visto, demacrado y débil; su estado llegó a ser tan alarmante que el Duque llamó al castillo a un médico de Estrelsau, el cual examinó al Rey, salió del calabozo pálido y temblando y rogó a Miguel que le permitiese volver a la capital y no mezclarse más en el asunto; pero Miguel se lo prohibió, anunciándole que quedaba preso con el Rey y que respondía de la vida de éste hasta el día en que el Duque quisiera quitársela.

Palabra del Dia

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