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No distinguí la brillante concurrencia que llenaba el templo, y apenas vi al venerable cardenal cuando dejó su solio para recibirme. Y al verme, sus mejillas palidecieron de repente y el casco se le escapó de las manos y cayó ruidosamente al suelo. Era indudable que hasta aquel momento no había creído en la presencia del Rey en Estrelsau. No recuerdo cosa alguna de lo que sucedió después.

Jorge hizo sonar las monedas que tenía en el bolsillo, miró a Beltrán dirigiéndole su más despiadada sonrisa y replicó: Nadie lo sabe. Y a propósito, Beltrán; la otra noche vi en su casa a todo un personaje, el duque de Estrelsau. ¿Le conoces? , ¿y qué? Muy cumplido caballero, a fe mía.

Y temiéndome yo que su presencia en Zenda tuviese por objeto seguir dando allí pruebas de igual celo que en Estrelsau, resolví impedírselo cuanto antes. ¿Es ese el motivo de su venida a Zenda, señor prefecto? le pregunté. ¡Oh, no, señor! Me trae el deseo de complacer al Embajador inglés... ¿De qué se trata dije aparentando indiferencia.

Por seguir la moda. Pero no te mando recibir más que a las personas a quienes quieras hacer esa honra. ¿Excepto a ti? Por lo que a se refiere, no tengo órdenes que darte. Me limito a suplicar. En aquel momento se oyeron vítores en la calle. La Princesa corrió hacia uno de los balcones. ¡Es él! exclamó. ¡El duque de Estrelsau! Me sonreí, pero nada dije, y ella volvió a su asiento.

, está aquí repuso frunciendo ligeramente el ceño. Parece que no puede seguir ausente de Estrelsau por mucho tiempo observé sonriéndome. Más vale así, y me alegro de verlo aquí. Cuanto más cerca mejor. La Princesa me dirigió una rápida mirada y preguntó: ¿Qué quieres decir, primo? ¿Que así podrás?... Ver mejor lo que hace, eso es. Y , ¿por qué te alegras de ello? No he dicho tal cosa.

Aun a los Reyes insistió el truhán con cómica unción, haciendo soltar al viejo Sarto media docena de reniegos entre dientes. Muy cierto es eso repuse. ¿Qué noticias me da usted de mi hermano? Ha mejorado mucho, señor. De lo cual me alegro. Y espera ir a Estrelsau tan luego esté completamente restablecido. ¿Es decir que sólo se halla convaleciente?

Pero, señor, tengo y sigo aquí una pista que... Vuelva usted a Estrelsau repetí. Diga al embajador que ha descubierto una pista, pero que necesita una o dos semanas para seguirla con éxito. Y entretanto yo mismo me encargaré de investigar el asunto. El embajador se muestra muy apremiante, señor. Cálmelo usted.

Esas visitas duran una semana, que Federico y yo pasamos siempre juntos y durante las cuales me refiere todo lo que ocurre en Estrelsau; por las noches, mientras paseamos fumando, hablamos de Sarto, del Rey y con frecuencia de Ruperto Henzar; y ya tarde, a lo último, hablamos también de Flavia.

Tan luego me hospedé, escribí a mi hermano, anunciándole mi próximo regreso; lo cual bastaba para poner término a las investigaciones que se hacían para averiguar mi paradero, y que probablemente traerían ocupado todavía al jefe de policía de Estrelsau.

También, y más de una, cuando ya era tarde fue la severa respuesta, que dejó a la doncella callada y confusa. ¿Cómo es que el Rey se halla aquí, en tierras del Duque? pregunté para romper el embarazoso silencio. El Duque lo invitó, mi buen señor, a que descansase aquí hasta el miércoles, mientras él preparaba la recepción del Rey en Estrelsau. ¿Es decir que son buenos amigos?