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Actualizado: 26 de junio de 2025
Y de repente se echó a reír. ¡Por vida de! exclamó; no le hemos dado mal sofocón a Miguel el Negro. ¡Vamos, vamos! repetí. ¡Y no es malo tampoco el que le espera! añadió con aviesa sonrisa que acentuó las arrugas de su atezado rostro. Corriente, joven, volveremos a Estrelsau. El Rey estará otra vez mañana en su capital. ¿El Rey? ¡El Rey coronado hoy! ¿Está usted loco? exclamé.
Resolví, pues, detenerme en Zenda, pequeña población a quince leguas de la capital y a cinco de la frontera. El tren en que yo iba, llegaba a Zenda aquella noche; podría pasar el día siguiente, martes, recorriendo las cercanías, que tenían fama de muy pintorescas, dando una ojeada al famoso castillo e ir por tren a Estrelsau el miércoles, para volver aquella misma noche a dormir a Zenda.
Que será matar al Rey dijo Tarlein. Se guardará bien de hacerlo repuso Sarto. Tres de los seis están en Estrelsau continuó Tarlein. ¿Tres no más? ¿Está usted seguro? preguntó el veterano coronel con vivo interés. Segurísimo. La mitad de la cuadrilla. ¡Pues entonces el Rey vive, porque los otros tres están vigilándolo en su prisión! exclamó Sarto. ¡Verdad es! dijo Tarlein.
Mi ausencia significaría que yo había muerto y sabía que en tal caso el Rey no me sobreviviría cinco minutos. Dejando por el momento a Sarto y su gente, referiré lo que hice por mi parte aquella memorable noche. Salí del palacio de Tarlein montando el mismo vigoroso caballo en que regresé del pabellón de caza a Estrelsau el día de la coronación.
Permanecimos en silencio algunos instantes; después Sarto, frunciendo las pobladas cejas y retirando su pipa de la boca, dijo dirigiéndose a mí: A medida que el hombre envejece cree en el hado. El hado lo ha traído a usted aquí y el hado lo lleva también a Estrelsau. ¡Cielo santo! murmuré, retrocediendo tembloroso. Tarlein me miró con viva ansiedad. ¡Imposible! dije sordamente. Lo descubrirían.
Y pensando en lo que a mí mismo me sucedía, me encogí de hombros y me eché a reír. También recordé entonces a Antonieta de Maubán y su viaje a Estrelsau.
Su presencia fue para mí en aquellas circunstancias lo que la vista del cielo para el condenado réprobo, y tanto más dulce porque yo sabía la suerte casi inevitable que me hubiera impedido volver a verla sin aquella su última visita. Dos días pasé con ella en completa inacción, al cabo de los cuales el duque de Estrelsau tuvo a bien anunciar que me había preparado una partida de caza.
Pero aquel secreto no me pertenecía y no podía revelárselo. Pues yo dije resueltamente, creo que la cara del retrato se me parece más que la otra. Pero de todos modos, Roberto, no iré a Estrelsau. No, Rodolfo, no vayas a Estrelsau dijo mi hermano. Y no sé si sospecha algo, o si ha llegado a descubrir una parte de la verdad.
Ante todo, es indispensable que tengamos un Rey en Estrelsau, o, de lo contrario, Miguel será dueño de la ciudad en veinticuatro horas. Y entonces ¿qué valdría la vida del Rey? ¿dónde estaría su trono? ¡Joven, tiene usted que aceptar! ¿Y si matan al Rey? Lo matarán si es que no lo mata usted. ¿Y si lo han asesinado ya?
Me limito a dar la versión que hará de lo ocurrido Miguel el Negro. Dejó su asiento, se me acercó y posando la mano sobre mi hombro, dijo: Raséndil, si se porta usted como un hombre, todavía puede usted salvar al Rey. ¡A Estrelsau otra vez, a conservarle su trono! Pero el Duque lo sabe todo, los villanos que le sirven han averiguado...
Palabra del Dia
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