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Actualizado: 26 de junio de 2025


¡Maldita vieja! gruñó por fin. Lograría atraer su atención de alguna manera. Me figuro lo ocurrido. Vinieron a apoderarse del Rey y como digo, de una manera u otra dieron con él. Si no hubiera usted ido a Estrelsau, usted, Federico y yo estaríamos a estas horas en el reino de los Cielos. ¿Y el Rey? ¿Quién sabe dónde está el Rey en este momento? ¡Partamos! exclamé; pero Sarto siguió inmóvil.

De haber hablado entonces se hubieran negado a creer que no era el Rey; a lo sumo hubieran creído que el Rey se había vuelto loco. Los manejos de Sarto y mi propia pasión me habían impulsado; la retirada no era ya posible y la pasión seguía llevándome hacia delante. Aquella noche aparecí ante todo Estrelsau como el verdadero Rey y el prometido de la princesa Flavia.

Es innegable que amaba al duque de Estrelsau; y su conducta al morir éste, demostró que ni aun conociendo el verdadero carácter de aquel hombre había cesado su estimación por él.

Dicho y hecho. Me quedé en Zenda y desde el andén vi a la señora de Maubán, que evidentemente iba sin detenerse hasta Estrelsau, donde por lo visto contaba o esperaba conseguir el alojamiento que yo no había tenido la previsión de procurarme de antemano. Me sonreí al pensar en la sorpresa de Jorge Federly si hubiera llegado a saber que ella y yo habíamos viajado tanto tiempo en buena compañía.

Jóvenes, leales y valientes, les bastaba que el Rey manifestase sus deseos; lo único que deseaban era mostrarle su buena voluntad, y tanto mejor si para ello tenían que desenvainar la espada. Así quedó trasladado el teatro de los sucesos desde Estrelsau al palacio de Tarlein y al castillo de Zenda, que se alzaba sombrío y amenazador al otro lado del valle.

La verdad es, señor observó el General, que este carácter de letra se diferencia bastante del que todos conocemos. Circunstancia deplorable en este caso, porque puede despertar sospechas y aun hacer creer que la orden no procede del Rey. General exclamé sonriéndome, ¿de qué sirven los cañones de Estrelsau si con ellos no puede disiparse una mera sospecha?

Cierto es que si me hubieran asesinado aquel día en las calles de Estrelsau, el bueno de Sarto se hubiera visto en apurado trance. No estará de más decir aquí que yo llevaba puesto un uniforme blanco y cruzada al pecho la ancha banda de la rosa; el casco era de plata con adornos de oro, y las altas botas de montar completaban mi atavío.

Por lo tanto me rogaba que aceptase la invitación en su lugar, asegurándome que la casa, aunque modesta, era cómoda y limpia, y que su hermana se avendría al cambio con placer; acabando por recordarme las molestias que me aguardaban en los coches atestados del tren, en mis idas y venidas entre Zenda y Estrelsau.

Palabra del Dia

rigoleto

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