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Cuando hablaba, cuando sonreía, cuando se atusaba el bigote, cuando se estiraba las piernas, una irresistible languidez resplandecía debajo de estos actos vulgares. Presentación no pudo resistirla. Se encontró subyugada desde el primer momento.

Hasta yo misma recuerdo que de chica me atusaba el pelo y me estiraba la falda cuando oía arrastrar un sable por las losas del claustro. Es una ceguera que pasa de madres a hijas, y eso que ellos, los malditos, tienen sus primas o sus novias allá en su tierra, y a ellas vuelven así que salen de la Academia. Bueno, tía; pero ¿en qué paró lo de mi sobrina?

¿Qué buscas aquí, niña? dijo con enfado a Isabelita que iba, como de costumbre, a meter su hocico en todo . Vete a acompañar a papá, que está solito. Encerrose en el Camón para evitar indiscreciones, y allí arrugaba el papel, dejándolo como una bola. Luego lo estiraba, lo planchaba con la palma de la mano, hasta que los repetidos estrujones le daban la deseada flexibilidad.

Su vestido era de color oscuro, toda su persona tenía ese aspecto reducido, comprimido, disminuido, por decir así, de las personas que trabajan mucho sin moverse, y aunque estaba por encima de todo cansancio, estiraba los flacos brazos como un obrero adormecido entre dos tareas que se despierta al oír el canto de los gallos. Duerma me dijo. He abusado con exceso de su complacencia en escucharme.

El pecho, ya formado, imprimía a la tela del traje una curva preciosa, y el talle fino solía tener ondulaciones hechas para inspirar deseos; a veces abría y estiraba los brazos, cerrándolos luego perezosamente, cual si en el aire hubiese algo que estrechar con amor. Si miraba sonriente, su fisonomía parecía sensual; cuando sentía enojo, su rostro cobraba expresión de virgen arisca y desabrida.

¡Qué calor! exclamaba de vez en cuando, y apoyaba las manos en sus mejillas encendidas. Gonzalo asentía con estúpida sonrisa a cuanto decían, y estiraba a menudo sus desmesuradas piernas que, por la escasa altura de la silla, se le dormían. Y cuando se concluyó con la ropa blanca, comenzaron con la de color.

Ocupábase don Víctor en abrochar un botón del cuello; mordía el labio inferior, y estiraba la cabeza hacia lo alto, como si pidiera ayuda a lo sobrenatural y divino. Visitación entró en el despacho equivocada.... ¡Ah! usted dispense dijo ¿estorbo? No, hija, no; llega usted a tiempo. Este pícaro botón....

Pero callaba viendo que la hermana seguía sus consejos económicos y según sus palabras no estiraba el pie fuera de la sábana. Pero llegó el momento en que las niñas se convirtieron en unas señoritas, conservando sus relaciones amistosas con sus antiguas compañeras de colegio, y doña Manuela sintió el afán de ostentación de toda madre que tiene hijas casaderas.

Clotilde lo aceptaba de buen grado: ella tan desdeñosa con los autores más eminentes, se estiraba y se encogía ahora como blanda cera en las manos de este muñeco insulso. Era de ver la humildad con que aceptaba sus correcciones, y la inquietud que la causaban las censuras: mientras duraba el ensayo tenía los ojos puestos constantemente en él, espiando como esclava sumisa los deseos de su dueño.