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Actualizado: 27 de mayo de 2025
Escuchadme: ¿Habréis notado, verdad, cómo desde el primer día de vuestra llegada a Orsdael os demostré amistad, cómo os protegí contra la crueldad y el odio de la condesa, cómo espiaba vuestros pasos y os seguía para tener la felicidad de encontraros y hablaros? ¿No habéis adivinado, acaso, la causa de este afecto? Creo haberla adivinado, señor.
Y al decir esto llevó mano al bolsillo. Pero en el mismo instante echó una mirada á la calle por el balcón medio abierto y vió á la vieja Rosenda que desde lo alto de su hórreo los espiaba. ¡Ya está aquella bruja fisgando! exclamó poniéndose serio. Ven acá, Florita, ven á mi cuarto. Y enderezando los pasos hacia la escalera la bajó seguido de la joven y se entró en su cuarto.
En la tarde de aquel día nefasto, nos encontrábamos todos en el salón. El comandante y mi tío jugaban al ajedrez; Blanca tocaba una sonata de Beethoven, y yo, recostada en un sillón espiaba con los párpados entornados la actitud y la fisonomía de Pablo Couprat. Sentado junto al piano, algo atrás de Juno, escuchaba con gravedad, sin cesar de mirarla.
Pero no osaba acercarse al portugués en público, y espiaba la ocasión de una entrevista; un día y otro día entraba en la Bolsa, y antes que la pizarra, sus ojos buscaban el levitón café, le seguía, le rozaba con la manga al pasar, pero sin detenerse; don Bernardino saludaba sonriendo y el señor de Melo Portas mostraba sus dientes de jabalí, lo que más parecía amenaza de mordisco, que expresión de cortesía.
Tal vez en otras circunstancias no hubiera tenido buen recibimiento; pero al saber que venía de parte de doña Ana, sintió el clérigo dulce piedad, y perdonó de repente a aquella extraviada criatura sus insinuaciones vanas y perversas de otro tiempo. Fingió también no reconocerla. Teresina los espiaba desde la sombra en el pasadizo inmediato.
El Chato iba y venía, espiaba en todas partes, y dos o tres veces al día entraba en casa del Provisor a dar parte de las murmuraciones a su jefe, a doña Paula, que le pagaba bien.
Desde que estaba en él, le espiaba, le estudiaba y le seguía recatadamente los pasos. Prevalido además de su posición de alcalde, interceptó la carta que acabamos de poner aquí, la abrió y la leyó. El maestro se desconsoló con aquella lectura e imaginó que al chico le faltaban por lo menos dos o tres tornillos en la cabeza.
Las dos mestizas comían y callaban, el capitán servía, el fraile se reservaba, Luís mascullaba el prosáico español cocido, y un servidor de ustedes espiaba la ocasión para tomar un buen punto de luz que llenase por completo á mis modelos. Sobre la paleta tenía combinadas dos tintas desde que principié á analizar á las dos mestizas que comían frente á mí.
Había creído observar desde días antes, que me espiaba, y al sorprenderla esta vez casi en flagrante delito, le pregunté: ¿Qué quiere usted? Nada, señor Máximo, estaba preparando el gas respondió muy turbada. Me encogí de hombros y salí. El día declinaba. Pude pasearme en los lugares más frecuentados sin temer enojosos encuentros. Mi paseo duró dos ó tres horas, horas crueles.
La calle se cubrió de paraguas. El Magistral, que espiaba detrás de las vidrieras de su despacho, vio un fondo negro y pardo; y de repente, como si se alzase sobre un pavés, apareció por encima de todo una caja negra, estrecha y larga, que al salir de la tienda se inclinó hacia adelante y se detuvo como vacilando. Era don Santos que salía por última vez de su casa.
Palabra del Dia
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