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Actualizado: 3 de mayo de 2025


La divinidad, fatigada de tanto rezo contradictorio, iba á volverse de espaldas para no oir á unos ni á otros. ¿Por qué no se marchaba esta mujer fatal?... Lo mismo que al principio de las hostilidades, volvió á sentir el tormento de su presencia. Doña Luisa repetía inconscientemente las afirmaciones de su hermana, sometiéndolas al criterio superior del esposo.

Porque aquí se han llorado lástimas de todos los colores, y se han descubierto fregados que tumban de espaldas. ¡Y siempre por el lujo, por el juego y por todos los vicios más abominables! ¡Qué agonías tan congojosas y tan complicadas, y qué pasar por todo las infelices gentes, si yo hubiera sido capaz de aceptarlo por el ansia de recoger onzas de oro mañana, sembrando ochavos morunos de presente!

¿Qué estamos hablando aquí de marcas ó sellos infamantes, ya en el corpiño del traje, en las espaldas ó en la frente? gritó otra, la más fea así como la más implacable de aquellas que se habían constituído jueces por y ante . Esta mujer nos ha deshonrado á todas, y debe morir. ¿No hay acaso una ley para ello?

Y al contemplar aquella lozana vegetación, tan caprichosamente distribuída como no pudiera imaginárselo el más diestro jardinero, exclamó, hasta con fe en las palabras del poeta: «Oh driades de amor hermoso nido, dulces y graciosísimas doncellas, que á la tarde salís de lo escondido, con los cabellos rubios, que las bellas espaldas dejan de oro cobijadas....»

Los guantes..., una pulsera..., la lisa de plata, nada que tenga pedrería. Se acabó. Algo falta: pudorosa, aunque nadie puede verla, se vuelve de espaldas a la puerta y se estira una media.

Cantaban con su voz gangosa alabanzas en honor del grande, del poderoso, del invencible Chermidy, y agasajaban dulcemente a la montura con las barbas de sus plumas. Los pequeños le hacían cosquillas en las narices y los mayores le hurgaban en el interior de las orejas tan bien y tan largo tiempo, que el animal acabó por encabritarse. El caballero, torpe como un marino, cayó de espaldas.

Permanecían inmóviles en el lugar del saludo, hasta que, avisados por el instinto de las miradas curiosas fijas en sus espaldas, iban á sentarse en un diván rinconero, y allí continuaban su conversación. De pronto, el murmullo del público en torno de una mesa la hacía correr á ella con una curiosidad profesional, abandonando momentáneamente á Lubimoff.

Afortunadamente, a aquella hora sólo había unas pocas señoras, que fingieron no verles, y luego, a sus espaldas, se miraron con el ceño fruncido y moviendo la cabeza. «¡Qué escándalo!...» Luego pasaron ante Isidro, que hablaba con Zurita de espaldas al mar. El doctor los siguió con un gesto de cómica admiración. Compañero, ¡y qué valiente es su paisano! Cada día con una... ¡y a su edad!

Quevedo se levantó lentamente, y sin desembozarse, sin descubrirse, sacó de debajo de su ferreruelo una mano y en ella la carta de la duquesa de Gandía; cuando la hubo tomado Lerma, Quevedo se volvió hacia una puerta que el duque había dejado franca. Paréceme que huís, caballero dijo el duque. Quevedo se detuvo, pero permaneció de espaldas.

El trigo, los sacos repletos que Batiste y su hijo subían al granero y al caer de sus espaldas hacían temblar el piso, conmoviendo toda la barraca, era lo que interesaba á la familia. Comenzaba para todos ellos la buena época. Tan extremada como había sido hasta poco antes la desgracia, era ahora la fortuna.

Palabra del Dia

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