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Actualizado: 26 de junio de 2025


Pero no fué esto lo peor que escuchó la pobrecilla mientras, llena de vergüenza, devolvía á la tumba aquel despojo que había querido profanar sacándolo de tan venerable asilo. No fué esto lo peor que oyó, porque el viejo, bajando la voz y como si hablara consigo mismo, dijo: Al fin tendré que tomar una determinación contigo.

Mi padre no sabe más que lo que yo he querido que sepa, y el público ¿quién podrá adivinar hasta dónde llevará las invenciones? Y le refirió el suceso con los más minuciosos detalles. Don Claudio le escuchó sobrecogido; y no pudo menos de alabar, con su corazón de soldado viejo, el generoso rasgo de Leto.

Al entrar en la pieza nos encontramos con el médico, un tal doctor Glenn, hombre joven y más bien agradable, que estaba asistiéndolo. Blair se hallaba en ese momento completamente consciente, y escuchó la opinión médica sin alterarse.

En aquel momento entraba Marta en el gabinete. Al pasar por delante de Ricardo, éste la cogió de una mano y la obligó a sentarse sobre sus rodillas, haciéndole una muda caricia con los ojos, sin dejar de atender a la conversación. La niña se sentó sin resistencia y escuchó también en silencio. ¿Pero de veras dice eso? preguntó don Máximo.

Un día conversaron acerca de Julio, y Adriana escuchó sin perder palabra. Carmen extrañaba de que nunca le hubieran conocido ellas ningún amor. No hay mujeres para Julio, murmuró Laura. Sería raro que no tuviera alguna pasión por ahí, añadió Zoraida.

Escuchó largo tiempo y no oyó otra cosa que el lamento dulce y melancólico de los sapos que cantaban al borde del camino. Descendió de su observatorio y llegó a gatas hasta el balcón, tan pronto bajando la cabeza para no ser visto, tan pronto levantándola para ver y oír. Volvió al sitio de donde el miedo le había arrojado y se aseguró de que Honorina dormía aún.

Hundióse Roma; retembló su suelo; se escuchó el estertor de su agonía, y esparcieron sus restos funerales del Septentrión los recios vendavales.

No, no, nadie lo creería, porque Dios os ha dado la nobleza, como ya os lo he dicho, de una grande hermosura, y con esa maravillosa hermosura una discreción adorable y un claro ingenio. Vos sois una dama completa. ¡Pluguiera á Dios que no lo fuese! ¿Pero qué misterio hay en vuestra vida? Sería un crimen el engañaros, señor. Os escucho con afán. Apenas dejé de ser niña, cuando dejé de ser pura.

Convenido, ella decidirá. Y abriéndose mutuamente los brazos, lloraron juntos, como dos niños. Valeria les escuchó henchida el alma de alegría. Aquel fue el único momento egoísta de su vida. Todas sus penas hallaron resarcimiento, todos sus dolores tuvieron premio.

Así es que cuando no hablo yo de mis miras, de mi vocación, de mis estudios, lo cual embelesa en extremo al señor vicario y le trae suspenso de mis labios, cuando es él quien habla y yo quien escucho, la conversación, después de mil vueltas y rodeos, viene a parar siempre en hablar de Pepita Jiménez. Y al cabo, ¿de quién me ha de hablar el señor vicario?

Palabra del Dia

vorsado

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