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Actualizado: 26 de junio de 2025


En el mismo instante el ciego se sintió apretado fuertemente por unos brazos vigorosos que casi le asfixiaron y escuchó en su oído una voz temblorosa que exclamó: ¡Dios mío, qué horror y qué felicidad! Soy un criminal, soy tu hermano Santiago. Y los dos hermanos quedaron abrazados y sollozando algunos minutos en medio de la calle. La nieve caía sobre ellos dulcemente.

Ramona vió de pronto con horror un rostro pálido donde brillaban dos ojos airados de loco. Pablito escuchó detrás una voz estridente que gritaba: ¡Toma, bribón! Y al mismo tiempo sintió un fuerte topetazo en la espalda. Volvióse rápidamente. Vió el semblante desencajado, fatídico, de Valentina, la cual blandía en la mano derecha un arma. El joven comprendió que estaba herido de muerte.

El pueblo que en silencio te escuchaba Ante tu genio doblegó la frente, Y escuchó reverente De tu arco la inmortal revelacion; Que si al pisar la corte de los Reyes Una joya te dió de sus coronas, De América en las zonas Al pueblo soberano diste ley.

No, yo he meditado bien, pero ahora tengo fiebre... mi razon vacila... es natural... si he hecho el mal es con el fin de hacer el bien y el fin salva los medios... Lo que haré es no esponerme... Y con el cerebro trastornado acostóse y trató de conciliar el sueño. Plácido, á la mañana siguiente, escuchó sumiso y con la sonrisa en los labios el sermon de su madre.

Nada. Estamos todos bien. ¿Ha habido muertos en el pueblo? Si; don Fulano, don Zutano. La señora de Tal ha estado enferma. Recalde escuchó las noticias, y después preguntó: ¿A qué hora se cena aquí? A las ocho. Pues hay que cenar a las siete. La Cashilda no replicó. Recalde creía que el verdadero orden en una casa consistía en ponerla a la altura de un barco.

Acometiole un deseo vivo de escuchar su plática, y sin reflexionar sobre el peligro que corría, fuese acercando poco a poco al seto, doblando el cuerpo para no ser vista. Buscó el paraje más sombrío y seguro, y escuchó. Sólo se les oía cuando cruzaban cerca. En cuanto se alejaban unos cuantos pasos no se percibía palabra alguna.

19 Entonces los magos dijeron al Faraón: Dedo de Dios [es] éste. Mas el corazón del Faraón se endureció, y no los escuchó; como el SE

Paz no desplegó los labios y, sin embargo, a los ojos de Pepe se asomó toda la dicha de su alma. La señorita, la muchacha rica, escuchó aquello sin el menor movimiento de enfado, presa de una turbación deliciosa: él, entonces, la ofreció la mano y ella la estrechó rápidamente entre las suyas, sintiendo al mismo tiempo que se la enrojecía el rostro.

El camarero, cetrino y bigotudo, le escuchó atentamente, con una complacencia de tercero, y al fin pudo formar una personalidad completa con todos sus datos. La dama por quien preguntaba era la signora Talberg. Estaba de viaje, pero iba á volver de un momento á otro. Ulises pasó un día entero con la tranquilidad del que espera en lugar seguro. Miraba el golfo desde el balcón.

Durante algún tiempo me sostuve como pude un el pueblo; pero ya, últimamente, lo pasaba tan mal, y me daba tal vergüenza deber algunas mensualidades en la posada, que decidí marcharme y buscar en cualquier parte una colocación honrosa. D. Oscar escuchó con atención mi relato.

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