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Actualizado: 26 de junio de 2025
Admiraba á aquel primo aventurero desde mucho antes de conocerlo. Una tarde, contó el marinero á las dos mujeres cómo se había salvado en la costa de Portugal. La madre le escuchó volviendo la vista, temblándole las manos al mover los bolillos de su encaje. De pronto sonó un alarido. Era Cinta, que no podía escuchar más.
En cuanto a las amenazas de don Juan, que había previsto el caso, se burlaba de ellas. ¿No era Juanito su hijo? Nunca vio el pobre muchacho tan dulce y complaciente a su mamá. La escuchó, como siempre, embelesado, deleitándose con el eco de su voz, y la madre tuvo necesidad de repetir sus peticiones para que Juanito se diese cuenta de lo que decía.
Cristeta le escuchó atónita.
Acercándose, con celoso respeto, púsose a rasurar a la hermosa morisca, según el uso de Oriente. En ese instante, por encima de sus sentidos ávidos, Ramiro escuchó en su conciencia un grito de indignación ante aquella práctica lasciva de los baños y aquel culto libidinoso de la propia carne.
Soledad le escuchó en silencio y se contentó con hacer una mueca de desdén. Y sin parar mientes en su disgusto, siguió riendo con más alegría aún las bufonadas de Antoñico.
El sacerdote se interpuso en aquel momento invitándola a dejar los pensamientos mundanos. La enferma le escuchó con humildad, repitió devotamente las oraciones que le leía en alta voz. El médico y el duque se acercaron para ponerle un revulsivo; pero observando que comenzaba el estertor, el médico hizo un gesto y cogió por el brazo al duque para sacarlo fuera de la estancia.
El cielo escuchó sus oraciones. D.ª Carolina se presentó al cabo de media hora radiante de dicha. Y antes de que saliese una palabra de sus labios, corrió hacia su hija y la abrazó estrechamente derramando un torrente de lágrimas. Después hizo lo mismo con Mario.
Arrellanose el cura en su sillón como hombre que toma súbitamente una gran resolución. Bueno, Reina; te escucho. Más vale que hablemos franca y abiertamente de lo que te preocupa que no que andes quebrándote la cabeza con divagaciones. Yo no me quiebro nada, señor cura, y no divago; únicamente pienso mucho en el amor porque... ¿Por qué? No, nada.
Otras veces, bajo los arcos góticos de una iglesia arruinada que eleva sus torres solitarias en el valle, escucho; y, en el rumor del viento, que gime a través de sus muros, como voces de bronce, creo percibir la palabra profética de un Daniel o de un Jeremías.
¿Qué le vas a preguntar? dijo el cura riendo, en espera de un chiste. Le voy a preguntar a ver si por los demás peces que ha conocido se ha enterado algo de cómo están mis parientes al otro lado del mar, allí en América. Porque estas truchas saben mucho. Hombre, sí, pregúntale. Cogió Fernando la fuente en donde estaba la trucha y se la puso delante, luego acercó el oído muy serio y escuchó.
Palabra del Dia
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