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Ya está ahí Tristán... Sal a recibirlo... Voy a peinarme y vestirme en un periquete. Adiós, gañán... ¡Toma, por malo! Venga usted a peinarme. El joven que descendía del carruaje en el momento en que don Germán ponía el pie en la escalinata era alto, delgado, de agradable rostro ornado por unos ojos de suave mirar inteligente y por un pequeño y sedoso bigote negro.

De dos saltos salvó el desconocido los deteriorados peldaños de la escalinata, y buscó una campanilla que no había existido jamás; en vista de lo cual y no siendo la paciencia su cualidad dominante, comenzó a dar golpes de puño contra la puerta.

Y la casa de los hindús de antes era como las pagodas de Lahore o las de Cachemira, con los techos y balcones muy adornados y con muchas vueltas, y a la entrada la escalinata sin baranda. Otras casas tenían torreones en la esquina, y el terrado como los egipcios, corrido y sin las torres.

Abajo, en el jardín, sonaba la voz del hortelano llamando á su perro para que no continuase ladrando junto á la escalinata de la «villa», como si olfatease la presencia de un intruso. Vámonos ordenó Alicia con gravedad . Las criadas van á volver de misa. No me gusta que nos vean aquí, en mi dormitorio. Podrían creer...

En lo alto de la escalinata aparece Astolfo. ELSA. ¿Por qué me habéis hecho esperar tanto tiempo? He creído morir de angustia y desesperación. Enseñadme la faz... Si sois vos... eres ... ¿Por qué no dices nada, Enrique? ¿Acaso has muerto y no eres más que tu espectro? ENRIQUE. , soy mi espectro. ELSA. ¿Pero cómo queman tus labios de tal modo? Los labios de un espectro están fríos y mudos.

Hablaban en voz baja, solos en un rincón del atrio de la iglesia, mientras les miraba curiosamente una mujer que en la escalinata vendía estampas, caras de Dios con marco de estaño, chufas, majuelas y torraos.

Ató su caballo en la verja del jardín y subió con paso pesado y ruidoso la pequeña escalinata, a lo largo de la cual, en grandes tiestos, los ásteres medio muertos bajaban lamentablemente la cabeza. La campanilla hizo oír su ruidoso repique en toda la casa, pero nadie se presentó a recibirlo.

Cuando terminó su carta Amaury salió de su cuarto teniendo la fortuna de no tropezar con nadie. Atravesó el salón, se paró un momento a escuchar junto a la puerta del cuarto de Magdalena y no oyendo ningún ruido supuso que habría aparentado que se acostaba para engañar a la señora Braun. Entonces se dirigió a la escalinata y bajó al jardín.

La rueda de los coches, al pasar por delante de la gran escalinata, iba arrebatando poco a poco a los que allí estaban para dispersarlos por todo Madrid en busca de reposo. Pepe Castro se había colocado al lado de Esperancita y la hablaba dulcemente al oído. La niña, embozada hasta los ojos, sonreía sin mirarle. Cuando su coche llegó al fin, se estrecharon las manos largamente.

Cerca de la estación, la nueva capilla metodista, semejante a una enorme locomotora, precedida, a manera de salvavidas, de su piramidal escalinata, parecía esperar que algunas casas se le agregaran para irse a un lugar más placentero. Y el orgullo de Génova, el gran Instituto Crammer, para señoritas, dominaba la avenida principal con su extraña fachada de ladrillo y su alta y majestuosa cúpula.