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El salón, situado en el piso bajo, tenía tres ventanas sobre el parterre a la altura de la escalinata y delante de cada una había un banco de piedra. Me encaramé en uno de ellos. La noche estaba oscurísima y nadie podía sospechar que yo estuviera allí; dirigí ansioso la mirada hacia aquella habitación y vi a toda la familia reunida: Oliverio, vestido de negro, de pie delante de la chimenea.

La recibió el contratista en lo alto de la escalinata, acompañándola después por las diversas habitaciones, pálido de emoción al verse á solas con la «señora marquesa».

Gerardo Lautrec, que estaba sentado a su lado en una silla de tijera, se levantó al verme subir la escalinata. Luciana me ofreció distraídamente la mano y continuó en seguida la conversación interrumpida a mi llegada. ¿De modo que querría usted estar ya lejos de Francia? Adoro a mi país, pero francamente, pasarse la vida en oscilar desde el Luxemburgo al parque Monceau es un poco monótono.

Ante la escalinata del hotel, la esperaba el automóvil, una máquina soberbia que había costado á Sánchez Morueta cincuenta mil francos en París y de la que apenas hacía uso, habituado como estaba al carruaje de sus primeros años de opulencia, el cual, al mecerle sobre los relejes del camino, le hacía pensar en sus negocios, como si el movimiento sacudiese sus ideas adormecidas.

Frente á la antigua casa de Pirovani se situaba un mestizo encargado de la caballeriza del contratista, teniendo de las riendas á una yegua blanca con silla femenil. Llegaba Ricardo á caballo, aparecía en lo alto de la escalinata Elena, vestida de amazona, y en el mismo instante se presentaba en la calle el contratista, como si hubiese estado oculto esperando una oportunidad para mostrarse.

Allí está, con sus columnas de madera, el palacio de Cochinchina, y en el patio su estanque de peces dorados, y los marcos de las puertas labrados a punta de cuchillo, y, en el fondo, en la escalinata, dos dragones, con la boca abierta, de loza reluciente.

La gran escalinata estaba iluminada con luz eléctrica: el vestíbulo y el comedor con gas: los salones de baile con bujías. En la sala de conversación y en la de juego había algunas lámparas de petróleo con enormes y artísticas pantallas. En éstas ardía además un fuego claro y brillante en las chimeneas. Clementina recibía a los invitados en el primer salón, cerca de la antesala.

Había comido mal, dejando casi intactos los platos; en cambio había bebido una botella de Borgoña famoso, y varias copas de licor á continuación de dos tazas de café. Desde la escalinata del hotel abarcó en una mirada destructora la plaza, el Casino, los jardines.

Una escalinata hecha en uno de los estribos, nos condujo guardando ciertas precauciones al lecho del río.

Vio ascender luego por la escalinata a Mina llevando al pequeño Karl de la mano. El niño le miró, extrañándose de que no fuese hacia ellos lo mismo que antes. Pero la madre siguió su camino tirando de él, sin volver la cabeza, con la mirada perdida para no tropezarse con los ojos de Fernando. Un ligero rubor coloreaba su palidez verdosa: rubor de timidez, de arrepentimiento, de malos recuerdos.