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Actualizado: 9 de mayo de 2025


Ella no había dado nunca escándalos por el estilo. Toda Vetusta sabía quién era Obdulia... pero ella no había dado ningún escándalo. , , el escándalo era lo peor, aquel duelo funesto también era una complicación.

En aquel mundo de flaquezas, de escándalos, ¿quién recordaba ya la aventura, poco conocida al cabo, de la sobrinilla enferma? Volvieron sin embargo las solteronas al punto de partida; según ellas, se trataba de un marinero que había abusado de la inocencia o de la precocidad de la niña. Se discutió, como en el casino de Loreto, la verosimilitud del delito desde el punto de vista fisiológico.

No me refiero a los conocimientos de un instante, que eso vendrá después». «Pues serán...» dijo ella pasando un rato muy malo. Vamos, no se asuste usted del número. Pues podrán ser... como unos ocho... Deje usted que me acuerde bien... Basta ya; lo mismo da ocho que doce o que ochocientos doce. ¿Le repugna a usted la memoria de esos escándalos? ¡Oh!, , señor... Crea usted que...

Por eso, sin darse ella por vencida ni cejar un punto en su tenaz empeño, y fortaleciendo siempre con el despecho y la rabia y hasta el dolor mismo su terquedad de mujer voluntariosa, siempre mimada, optó desde luego por el camino de los hábiles políticos y los diestros estratégicos y los conocedores prácticos del mundo y del corazón humano: una prudente retirada que sosegara los ánimos y diese tiempo a que las memorias olvidaran, cesasen las prevenciones, se cansaran las lenguas, y los escándalos nuevos hicieran olvidar y aun perdonar los escándalos pasados.

Creía firmemente que Juan no daría nunca escándalos, y no habiendo escándalo, las cosas irían pasando así. No hay existencia sin gusanillo, un parásito interior que la roe y a sus expensas vive, y ella tenía dos: los apartamientos de su marido y el desconsuelo de no ser madre. Llevaría ambas penas con paciencia, con tal que no saltara algo más fuerte.

Todas hablaban á un tiempo; unas se insultaban, otras iban despellejando á los ausentes haciendo público todos los escándalos de la huerta. La juventud, libre de la severidad paternal, se desprendía del gesto hipócrita fabricado para la casa, y se mostraba con toda la acometividad de una rudeza falta de expansión.

Viudo desde muy joven, tenía sus dos hijas bajo la vigilancia de criadas jóvenes, a las que más de una vez sorprendían las pequeñas señoritas abrazadas a papá y tuteándole. La señora de Dupont indignábase al conocer estos escándalos y se llevaba las sobrinas a su casa para que no presenciasen malos ejemplos.

Esto es otra cosa dijo precipitadamente Montiño. El padre Aliaga no contestó. Montiño se encontraba terriblemente predispuesto á la confesión y continuó: Esta alhaja me la ha dado el duque para una dama. Hizo un gesto de repugnancia el padre Aliaga. Se trata de una dama á quien conoce el duque de Uceda. ¡Qué vergüenza! ¡qué corrupción! ¡qué escándalos! exclamó el padre Aliaga.

Conocía tan bien á aquel hombre, que no necesitaba á veces oirle hablar para penetrar sus intenciones y sus sentimientos. Doña Blanca comprendió que lo menos malo era oirle; que no podía echarle, sin exponerse á dar el mayor de los escándalos. No quiso, sin embargo, aparecer desde luego resignada.

JOAQUÍN. ¡Qué gracia! ISIDORA. Por Dios, dejo eso. ISIDORA. ¡Por la Virgen Santísima! JOAQUÍN. Es un bruto que merecía el desprecio si no mereciera el presidio. Su discurso es el colmo de la sabiduría. Dice que en tiempo de papá eran mayores los escándalos y las irregularidades... Voy a contarte en dos palabras las gradas de Botín. JOAQUÍN. No, querida; es temprano.

Palabra del Dia

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