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Unas bellotas envié a mi señora la duquesa; yo quisiera que fueran de oro. Envíame algunas sartas de perlas, si se usan en esa ínsula.

Butrón enarcó las formidables cejas, el general Pastor se atusó el largo bigote y don José Pulido, más práctico y menos puntilloso, ensanchó la barbilampiña cara, diciendo suavemente: Con tal de que nos envíe a nosotros otro tanto, aunque sea por mano del moro Muza...

Al llegar aquí interrumpe su narración un tumulto, que se levanta detrás de la escena: son los ministros de la justicia que siguen el rastro á los ladrones. Don Lope corre á ocultarse; Don Mendo, al despedirse de él, repite su promesa anterior, y le pide una prenda para conocer por ella al mensajero que envíe de su parte.

La vista y el tacto son los dos sentidos que nos producen representacion de extension, y es evidente que ambos necesitan un límite: al tacto no se le ofrece sino lo inmediato; la vista no ve, sin un límite que le envie los rayos luminosos.

El castillo está dispuesto para el recibimiento del noble prometido. Voy a mandar que enciendan nuevos fuegos; los barriles de alquitrán están ya apagándose. ELSA. ¡Padre! EL CONDE. ¿Queréis, quizá, que os envíe a vuestras damas de compañía? No tenéis más que mandarlo. Pero no; el amor prefiere la soledad. Perdonad a un viejo que ha olvidado ya lo que es el amor. ¡A vuestras órdenes!

Schurman, envié por tres veces mis mensajeros, pidiéndole suspensión de hostilidades. El General Otis negó á mis enviados tan justa como prudente petición, contestando, que no suspendía hostilidades mientras el ejèrcito filipino no depusiera las armas.

Todavía eres joven, pero yo voy haciéndome ya viejo, y antes que tu primor los años roben y te diga el espejo la verdad de un encanto destruído, permite que te envíe este consejo del corazón, un poco entristecido: Busca el amor oculto en cada cosa, quédate con el alma de la rosa, con su aroma y color; y de las alas de la mariposa toma el vuelo sutil, la gracia leve, y hallarás en la vida, que es tan breve, una divina suavidad de amor.

-Así es la verdad -dijo el paje-, que el señor gobernador Sancho a cada paso los dice, y, aunque muchos no vienen a propósito, todavía dan gusto, y mi señora la duquesa y el duque los celebran mucho. ¿Que todavía se afirma vuestra merced, señor mío -dijo el bachiller-, ser verdad esto del gobierno de Sancho, y de que hay duquesa en el mundo que le envíe presentes y le escriba?

Llegó el ama después a verme, y estuve por decirle lo que me había pasado, pero me contuve. Sentía en el alma dar un escándalo y perder a un sacerdote. Me pareció mejor disimular. Envié un recado al padre para que almorzase solo y viniese después a verme.

Con todo eso yo no lo creo, solo envié dicho papel, como antes dije á Vuestra Señoria Reverendísima, para que se entretuviese en el viage, para lo cual cualquier patraña sirve; pero esta no deja de tener su apariencia de verdad. Desde la ciudad de Buenos Aires hasta la de los Césares, que por otro nombre llaman la Ciudad Encantada, por el P. Tomas Falkner, jesuita.