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Actualizado: 18 de junio de 2025


4 Entrad por sus puertas con confesión; por sus atrios con alabanza; alabadle, bendecid su Nombre. 5 Porque el SE

El padre Aliaga detuvo su paseo y miró á las vidrieras. Ya obscurece dijo y el bufón no ha venido... ¡el tío Manolillo! acaso el tío Manolillo pudiera darme alguna luz. ¿Se puede hablar con vuestra señoría? dijo á la puerta el bufón, como si le hubiera evocado el pensamiento del padre Aliaga. Entrad, entrad dijo con mal encubierta ansiedad el padre Aliaga ; ¡cuánto habéis tardado!

Encontraron al Mosco sentado en un pedrusco cercano a la venta. Quedaos por ahí dijo en voz baja . Entrad a tomar una copa, y no me habléis hasta que os llame. Los dos amigos se sentaron bajo un emparrado, a la puerta de la venta. Era una cabaña de techo bajo, ahumada por dentro, sin otros respiraderos que la puerta y dos ventanucos.

24 Y cuando ellos entraron para hacer sacrificios y holocaustos, Jehú puso fuera ochenta varones, y les dijo: Cualquiera que dejare vivo alguno de aquellos hombres que yo he puesto en vuestras manos, su vida será por la del otro. 25 Y después que acabaron ellos de hacer el holocausto, Jehú dijo a los de su guardia y a los capitanes: Entrad, y matadlos; que no escape ninguno.

Entonces el ministro-duque se volvió con afectación á la puerta por donde había entrado la voz que pidió permiso, y dijo con cierta hueca benevolencia: Entrad, Montiño, entrad. Entró el cocinero mayor del rey, se inclinó profundamente tres veces, y luego, haciendo una mueca que parecía una sonrisa, dijo: ¿Quedó vuecencia contento del banquete de ayer, señor?

Venid mas bien conmigo al chirivitil del barbaro español, que hallareis en cualquier entresuelo de casa vieja ó en una tienda que da sobre la calle. Si no teneis barba que rapar no importa: entrad siempre y os divertireis, conociendo un interesante tipo español. Todo barbero charla sin cesar: eso es trivial y universal.

El capitán Juan Montiño contestó don Juan. Rechinaron los cerrojos del postigo, que se abrió á medias. Entrad dijo la mujer. Y cuando don Juan hubo entrado, el postigo volvió á cerrarse. Esperad dijo Quevedo conteniendo con la mano el postigo ; aún queda uno, digo, si no es que yo sobro, que me alegraría. ¿Sois don Francisco de Quevedo y Villegas? Créolo así.

¡Ah! ¡señor! ¿sois vos?-dijo llorando la pobre anciana yo no os conozco, no os he visto nunca; pero debéis ser el señor Francisco Montiño. El mismo soy; ¿pero vive aún mi hermano? Está acabando; pero entrad, entrad: desde que esta mañana fué Juan á Madrid, os espera con tanta impaciencia, que no parece sino que vos habéis de traerle la salvación de su alma.

¿Sabéis que esta escalera se parece á la subida de la montaña aquella á cuya cumbre llevó el diablo á Cristo? dijo con un doloroso sarcasmo Quevedo. Muchas gracias, señor mío, por la galantería. Pero estáis irritado, y con razón, y es menester perdonároslo todo. Entrad. Y tiró de Quevedo, que se encontró de repente en un magnífico salón completamente iluminado, y con una mesa servida.

No, no por cierto; en la calle Ancha de San Bernardo. Pues he aquí que estamos en la plazuela de Santo Domingo. Y dentro de poco estaremos á su puerta. En efecto, poco después el bufón llamaba á la puerta de la Dorotea. Salió á abrir Casilda. ¡Oh! ¡bien venido seáis, tío Manolillo! dijo la joven ; no sabíamos qué hacer con la señora; está terrible. Entrad, entrad.

Palabra del Dia

rigoleto

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