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Así se enojó Aquiles, y ésos fueron los sucesos de la guerra, hasta que se le acabó el enojo. A Aquiles no lo pinta el poema como hijo de hombre, sino de la diosa del mar, de la diosa Tetis.

8 Mas ahora, dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, maledicencia, palabras deshonestas de vuestra boca. 9 No mintáis los unos a los otros, despojándoos del viejo hombre con sus hechos, 15 Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, en la cual asimismo sois llamados en un cuerpo; y sed agradecidos.

El enojo que la indigna gacetilla les produjo, se fué templando con la esperanza de aplastar muy pronto a los reptiles que la habían inspirado, o por lo menos darles algunos golpes formidables con el ariete del Duque.

13 Y salieron Moisés y Eleazar el sacerdote, y todos los príncipes de la congregación, a recibirlos fuera del campamento. 14 Y se enojó Moisés contra los capitanes del ejército, contra los tribunos y centuriones que volvían de la guerra; 15 y les dijo Moisés: ¿Todas las mujeres habéis reservado?

Desde que le veía entrar sentía mi sangre enardecida, y siempre que me ordenaba algo, hacíalo con los peores modos posibles, deseoso de significarle mi alto enojo.

Las jóvenes, a quienes apabullaban el peinado u obligaban a tambalearse, en vez de sentir enojo, reían a carcajadas con placer vivísimo. Pablo y Nieves, que no podían dar cuatro pasos sin tropezar con otra pareja, estaban verdaderamente hechizados. Sin embargo, el joven, siempre que pasaba por delante de la puerta, sentía un leve estremecimiento en las piernas, y se apresuraba a alejarse de ella.

Y expresándose así, con ínfulas y asperezas de dómine, Ballester le quitó de las manos a su subalterno lo que entre ellas tenía. «Pero ¿qué demonios ha echado usted aquí? dijo luego con enojo, llevándose el potingue a la nariz . O esto es valeriana o no lo que me pesco. ¡Cuando digo...! Hoy está usted muy malo. Más vale que se retire a su casa. Yo me las arreglo mejor solo.

En la mente de Fray Miguel se realizó así saludable mudanza. En virtud de ella, depuso todo enojo contra el Padre Ambrosio. Lo que tal vez consideraba antes como burla, le pareció lección provechosa, rica en beatíficos resultados.

Cuando ambas se enteraron de lo sucedido, olvidando el enojo, cumplieron piadosamente con las leyes de la hospitalidad. Hicieron volver de su desmayo a la víctima de la vaca, aplicando a sus narices vinagre muy fuerte; con el mismo vinagre aguado le pusieron compresas en el chichón y se lo vendaron con un pañuelo blanco, de suerte que doña Nicolasita parecía un Cupido.

Hablaban con enojo en su lengua, y al cabo de un buen rato dijo el ladino: saca, Padre, mucho tabaco, bizcochos y cuchillos. Díles con abundancia, y no hubiesen quedado contentos, si no hubiese dado á algunos de los capitanes un sombrero y unas varas de ropa.