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Actualizado: 27 de octubre de 2025
Cuando el corsé me enoja no le llevo, y nada, absolutamente nada, se humilla falto de sostén y baja de su sitio: todo permanece firme como el mármol y el bronce. Perdona que entre en estas menudencias. Mi presunción tiene alguna disculpa por lo no comunes que son las cualidades de que me jacto.
Para los primeros hombres, el antecedente conocido de sus acciones, el porqué de sus actos, fue ese misterio interior que llamamos la voluntad, y en función de este primer factor de los hechos propios se explicaron, naturalmente, los hechos ajenos como efectos de otras voluntades en las otras personas, en los animales y en las cosas, como el niño que se enoja con los juguetes indóciles a sus caprichos y los rompe, porque los cree culpables, que es decir, voluntarios; como los baqueanos de la cordillera que creen que la montaña desconoce a los forasteros y desencadena en seguida la tormenta para manifestar su disgusto; como los napolitanos supersticiosos que creen que las diligencias no gustan de los curas y se vuelcan de rabia cuando va alguno entre los pasajeros.
Se había alejado, y creyendo no verle en mucho tiempo, crucé las manos con desaliento y dejé correr mis lágrimas, cuando le vi volver sobre sus pasos. Vamos, Reina, no nos hagamos los malos. Por qué nos enoja... Pero qué... ¿estáis llorando? Pensaba en Juno repuse logrando hacerlo con voz segura. Tenéis razón, primita. Os quedáis muy sola. ¿Queréis tenderme la mano? Con mucho gusto, Pablo.
Si la ofensa que tan sin voluntad os he hecho, señora de mi alma, no podéis perdonarme, y tal y tan sañosa es la ira que contra mí sentís que mi vida os enoja, y saciar con mi sangre queréis la sed de vuestra rabia, herid en buen hora, no tardéis; atravesad este corazón que sólo por vos late y que sólo por vos existe.
Otros, aunque latinos, desesperan De tocar del laurel solo una hoja, Aunque del caso en la demanda mueran. Vengase menos el que mas se enoja, Y alguno se tocó sienes y frente, Que de estar coronado se le antoja. Pero todo deseo impertinente Apolo resfrió, premiando á quantos Poetas tuvo el esquadron valiente.
Mira: me parece que es un monte la barba de papá: y el pastel de la mesa me da vueltas, vueltas alrededor, y se están riendo de mí las banderitas: y me parece que están bailando en el aire las flores de zanahoria: estoy muerta de sueño: ¡adiós, mi madre!: mañana me levanto muy tempranito: tú, papá, me despiertas antes de salir: yo te quiero ver siempre antes de que te vayas a trabajar: ¡oh, las zanahorias! ¡estoy muerta de sueño! ¡Ay, mamá, no me mates el ramo! ¡mira, ya me mataste mi flor!» «¿Conque se enoja mi hija porque le doy un abrazo?» «¡Pégame, mi mamá! ¡papá, pégame tú! es que tengo mucho sueño.» Y Piedad salió de la sala de los libros, con la criada que le llevaba la muñeca de seda. «¡Qué de prisa va la niña, que se va a caer! ¿Quién espera a la niña?» «¡Quién sabe quien me espera!» Y no habló con la criada: no le dijo que le contase el cuento de la niña jorobadita que se volvió una flor: un juguete no más le pidió, y lo puso a los pies de la cama y le acarició a la criada la mano, y se quedó dormida.
"Tata Dios", que no tiene juguetes ni caramelos, y que se enoja con los niños malos o desobedientes, y los castiga, no se diferencia del "Cuco" sino en que éste hace siempre el mal, sin necesidad de enojarse previamente, porque es malo de profesión. También, si Dios no se enojase y no castigase, el niño no le haría pizca de caso.
Con el elefante no hay que jugar, porque en la hora en que se le enoja la dignidad, o le ofenden la mujer o el hijo, o el viejo, o el compañero, sacude la trompa como un azote, y de un latigazo echa por tierra al hombre más fuerte, o rompe un poste en astillas, o deja un árbol temblando.
¡Ah! ¡conque hemos llegado! ¡pues me alegro! quitáos de delante no tropiece con vos, licenciado Sarmiento, que lo sentiría por lo que de mí se os pudiese pegar, y dígame vuesa merced, si no le enoja: ¿se han acordado de poner cama? Aquí os quedaréis dijo el alcalde. Sea por minutos, amigo. Y como no me contestáis y os despedís, id con Dios. Que Dios os guarde.
No querría que vuestra merced tuviese trabacuentas de disgusto con esos mis señores, porque si vuestra merced se enoja con ellos, claro está que ha de redundar en mi daño, y no será bien que, pues se me da a mí por consejo que sea agradecido, que vuestra merced no lo sea con quien tantas mercedes le tiene hechas y con tanto regalo ha sido tratado en su castillo.
Palabra del Dia
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