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Actualizado: 26 de mayo de 2025


Las devoraba en seguida, se pasaba la mano por los ojos haciendo un gesto de resignación y de fastidio y se las enjugaba como hubiera hecho con una mancha repugnante. Por nada se sonrojaba como si hubiera sido sorprendida en la contemplación de una mala idea.

Abrió el balcón de un puñetazo y el aire frío y húmedo le trajo la idea lejana de la realidad, y oyó la tos discreta de Petra, que aguardaba allí, detrás, clavándole los ojos en la nuca. Cerró el balcón don Fermín, volviose y miró con ojos de idiota a la rubia que enjugaba lágrimas villanas. «¿No necesitaba un instrumento para luchar, para hacer daño? Aquel era el único que tenía».

Las cabañas, donde, con mano amiga, dulcificaba los dolores de sus convecinos. Donde recogía el último suspiro de los moribundos. Donde socorría a las viudas y enjugaba el llanto de los niños arrodillados ante el cadáver de su padre, mientras les decía estas palabras: «A cambio del oro que os doy, rezad por su almaAllí está la higuera al pie de cuyo tronco mecía nuestras cunas.

Pero Grano de Sal ya no le escuchaba, porque el cura había descendido del púlpito para dirigirse al cementerio donde reposaba Kernok; pronto llegaron ante la tumba. El rostro de Grano de Sal se había vuelto severo y sombrío, tenía la gorra entre sus manos, y Durand le apretaba el brazo mientras se enjugaba los ojos.

Pero Luzmela se había hundido en la espesura sombría de la tarde. Sólo en algunos momentos, entre la niebla jironada, aparecía austero y lejano el perfil de la torre señorial. Entonces Carmencita se enjugaba los ojos con presteza y miraba, miraba toda anhelante.

Luego, había que verle con qué religiosa pompa y taciturno talante, sentado detrás de la pista, limpiaba las espuelas del gallo con medio limón, para mundificarlas, por si estaban emponzoñadas, y las enjugaba después con el pañuelo, y, por último, depositaba levemente el gallo sobre el ruedo, como diciendo: alea jacta est, y ya no hay poderío terrenal que desvíe la voluntad de los hados.

Papá, siempre a caballo, recorría como un montaraz los campos y los bosques, no asistía regularmente a las comidas y para ninguna de nosotras tenía una buena palabra. Mamá, nuestra bonachona mamá, tejía sentada en su rincón y de cuando en cuando enjugaba sus lágrimas, echando en su derredor miradas inquietas para ver si nadie lo había notado. ¡Ah, , aquella fue una época bien triste!

Mi tía acocaba sépalos sobre la rodilla; Angelina, pincel en mano, delante de un gran plato, y cercano el papelillo de arrebol, pintaba pétalos de rosa. Empapábalos primero en agua acidulada, los enjugaba después entre los pliegues de una toballa y luego les aplicaba la tinta.

Fué preciso dar sobre todo esto, mi opinión y mis consejos. La señorita Margarita lo solicitaba con una especie de afectación cruel. Yo obedecía con agrado; luego entraba en mi torre, tomaba de un cajón secreto el despedazado pañuelo que con riesgo de mi vida había salvado y enjugaba mis ojos. ¡Cobardía aún! pero ¿qué hacer? La amo.

Mucho cuidado con Magdalena me decía en medio de una angustia en la cual se destacaban perspicacias que me atormentaban. Después, enjugaba sus mejillas con rabia, y me culpaba de aquel exceso de invencible debilidad contra la cual se rebelaban los vigorosos instintos de su naturaleza. También tiene usted la culpa de que yo llore. Vea qué sereno está Oliverio.

Palabra del Dia

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