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Actualizado: 9 de junio de 2025


, hija; pues la menor está tan escuchimizada que parece una lombriz de caño sucio, y la otra es tan pequeñuela y tan gorda como una bolita. Si llega a casarse, a tener hijos y a engordar más, perderá la forma de mujer y se convertirá en cochinillo de San Antón. Pero, dejando esto a un lado, yo no las tengo todas conmigo. Despertaremos la más tremenda envidia y nos pondrán como un regalado trapo.

Sin embargo, sin investigar las causas de ello, sintió durante todo aquel día una alegría de niña satisfecha en sus gustos más vivos, y aún más intenso fue su placer al despertar a la mañana siguiente con este pensamiento: «Voy al Vivero a hacer vida de aldeana, a correr, respirar, engordar... alegrar la vida... allí el sol, el agua corriente, el follaje... la salud...» y como un acompañamiento musical que encantaba toda aquella perspectiva, Ana sentía una indecisa esperanza que era como un sabor con perfumes... una esperanza... no quería pensar de qué... Pero ello era que el mundo parecía alegrarse, que la idea del Vivero la fortificaba como un placer positivo, de los que se gozan cuando duran las ilusiones. «Aquel Benítez la estaba rejuveneciendo».

Lo dejó sobre la mesa con miedo y con ciertas precauciones. Ana entró en el despacho. Vestía hábito del Carmen. Seguía pálida, pero había vuelto a engordar un poco. A Mesía le latió el corazón y se le apretó la garganta, con lo que se asustó no poco. Aquella mujer despertaba en él, ahora, una ira sorda mezclada de un deseo intenso, doloroso.

Aquello era un dolor y un horror; tener que renunciar con severidad israelítica al jamón extremeño, rosado y aromático, y al salchichón de Génova, matizado como un mosaico, o exponerse a tragar el endiablado microbio que el atribulado Fernandito seguía con la imaginación en todas sus transformaciones, viéndole alargarse, alargarse hasta convertirse en tenia, y engordar, engordar luego hasta trocarse a costa de los jugos de su estómago en una serpiente boa, igual a las que había visto tragarse gallinas y conejos y aun cabritos, con la facilidad con que se tragaba él, una tras otras, un barrilito entero de aceitunas sevillanas.

En la cabaña hay de too, como en la viña del Señor; porque musotros, á la res que es de mal pacer y de peor engordar, no podemos mejorarla, á no hincharla con una paja. Esto es claro como el sol del megodía.

Y él, satisfecho del papel de hombre serio que le asignaban, reía pocas veces, vestía fúnebremente, sin el menor color disonante sobre sus negras ropas; prefería oír pacientemente cosas que no le importaban a aventurar una opinión, y estaba contento de engordar prematuramente, de que su cráneo se despoblara, brillando con venerable luz bajo las lámparas del salón de sesiones, y de que en el vértice de sus ojos se fuera marcando la pata de gallo de la vejez prematura.

Además, o es uno hombre, o no lo es; o tiene o no tiene entrañas de humanidad, agallas para ir por donde vayan y hacer lo que hagan otros; o sirve o no sirve para algo más útil y de mayor jugo y provecho que pisar alfombras de salones; engordar el riñón a fondistas judíos, sastres y zapateros de moda; concurrir a los espectáculos; devorar distancias embutidas en muelles jaulas de ferrocarril, y gastar, en fin, el tiempo y el dinero en futilidades de mujerzuela presumida y casquivana.

Por me robaron antes y ahora vienes en persona, probablemente para pedirme con tus lloriqueos otro pedazo de mi hacienda con que engordar á tus amigotes. Lo que voy á hacer es soltar los perros para que te acuerdes toda la vida de tu primera y última visita á Munster; y entre tanto, ¡abre paso! Diciendo esto empujó á Roger violentamente y asió otra vez el brazo de su víctima.

Además, le sobraba dinero, le sobraban riquezas para ellos dos y un hijo solo que tenían, sin esperanzas de tener otro, porque ya habían pasado más de seis años sin barruntos de él, y era un engordar el suyo, que no cesaba.

Palabra del Dia

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