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Actualizado: 20 de junio de 2025
Un día cayó en gruesos copos blancos la nieve; se extendió como un blanco tapiz desgarrado sobre la hierba, verde aún, y en seguida se derritió, aumentando la frialdad y la humedad del aire. En la clínica se encendían las luces a las cinco de la tarde.
Todas las bocacalles vomitaban gentío dentro de la plaza, en la que el crepúsculo sembraba a miles los puntos luminosos. Brillaba el gas en las tiendas; las vendedoras importantes encendían sus grandes reverberos de latón, y las pobres huertanas contentábanse con una vela de sebo resguardada por un cucurucho de papel. ¡Qué bonito...! ¡Mira, Nelet!
Sus mejillas se coloreaban fuertemente, los labios se encendían, las narices se dilataban, los ojos adquirían una expresión de olímpico orgullo, y todo su cuerpo se estremecía al soplo de la ira. Miguel permanecía aterrado, y al propio tiempo embelesado ante ella.
Entre las numerosas imágenes que adornaban su cuarto, la viejecita reverenciaba muy en particular un san Antonio de talla, recuerdo de mi tía y muy milagroso, según fama, pues no había objeto perdido que no pareciese en cuanto le encendían una candela. El santo, obra de un artista ingenuo, habitaba en una urna de hojalata con portezuela de vidrio.
Por motivos menores y particulares se encendían cada día, y aún se encienden, grandes incomodidades entre curas y administradores; como los pueblos tienen obligación de alimentar a los curas, y esto corre a cargo de los administradores, éstos, estando enemistados como regularmente sucede, tienen ocasión de vengarse del cura haciéndole esperar, dándole lo peor y escaso, y por otros medios dictados por el espíritu de venganza.
Si la expedición había sido fructuosa, pavoneábase la gitana con orgullo. ¡Arza pa alante, esgalichao! ¡Menúo callardó vais a mamaros tú y los churumbeles!... Encendían fuego en su covacha, preparando, ante todo, el chocolate, dejando para después el guisoteo de la cena.
Daba asco. Bueno estaría empezar a querer en el mundo cerca de los treinta años... ¡y a un clérigo!... La vergüenza y algo de cólera encendían el rostro de Ana. ¡Pero ese hombre esperaría que yo... en mi vida!...». Como aquella tarde pasó muchos días la Regenta. Las mismas ideas cruzaban, combinadas de mil maneras, por su cerebro excitado.
Volvió en breve, y el tren comenzó de nuevo su marcha, que de noche parecía vertiginosa y fatigosa de día. El sol iba ascendiendo a su cenit, y el calor se anunciaba por ráfagas tibias y pesadas, alientos de fuego que encendían la atmósfera.
No se había parado nunca a penetrar el significado del día y la noche; la noche misteriosa, engendradora de tinieblas, escondedora de hombres, silenciosa e inescrutable; ahora veía su aproximación callada; admiraba las luces que se encendían una tras otra; percibía algo de solemne en aquella lucha entre el resplandor y las sombras, y se asombraba de la calma de la multitud, que discurría por la calle sin darse cuenta, al parecer, de que la noche se acercaba.
La bóveda celeste brillaba como un inmenso fanal de luces de oro, sublime, infinito, envolviendo los mundos que pueblan sus abismos y soledades profundas. Algunas estrellas azuladas se encendían tímidamente en los confines del Oriente. Desde el Occidente el ojo sangriento del sol las miraba severo.
Palabra del Dia
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