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Actualizado: 27 de junio de 2025


Pero su holgazanería le vedaba siempre entrar en faenas duras, y sólo se ocupaba de cuidar el almacén de equipajes y encargos. En destino tan poco brillante aguardaba el imaginario triunfo de aquellos buenos señores del club, tan sabios, según él, o la señal de armar camorra a las autoridades.

Nos creyeron de lleno americanos, y de la Habana por añadidura. Favor del cielo! No bien oyó aquella señora que traia encargos de un noble de la Habana, y que se trataba de un regalo de boda, cuando empezó á desdoblar blondas y encajes, empedrando nuestras orejas de miles de francos.

Trasportaron a Pilar casi en brazos, del departamento a la berlina, y el cochero azotó al destartalado jamelgo. El comisionado se instaló en el pescante, no sin muchos encargos y explicaciones hechos antes al postillón del ómnibus.

Algunos llevaban hasta cuatro velas encendidas entre los dedos de cada mano, cumpliendo así los encargos de los devotos ausentes. Rosalindo figuraba entre ellos, y un amigo que iba á su lado era portador de los seis cirios restantes. Los dos, por ser jóvenes, procuraban marchar entre las devotas de mejor aspecto. Ovejero no había dudado un momento en cumplir fielmente los encargos recibidos.

No quiso que la princesa volviera á enviar por segunda vez contra un muro del comedor con solo un golpe de pie la mesa de roble y todos sus servicios de porcelana y cristalería, que se hicieron añicos con estrépito de catástrofe. Cuando los arquitectos de París hubieron dado forma á los encargos de la princesa, la familia abandonó el castillo que ocupaba en las cercanías de Londres.

Debía haberme dejado una verdadera fortuna ahorrada en los Bancos. ¡Una señora que invertía tan poco en el regalo de su persona!... Y sin embargo, tuve que pagar grandes cantidades por todos los encargos que había hecho antes de morir. Ten la seguridad de que el «monseñor» y los otros son mucho más ricos que yo. ¿Y tus minas? ¿y tus tierras de América?

Dedicábase a correr los géneros de las tiendas, a traerlos a las casas, ganando por ello pequeñísima comisión. Esto no le bastaba para vivir aunque era ella sola y una sobrina. Pero en varias casas le hacían encargos de distinta índole y la ayudaban de mil maneras. Sobre todo en la señora de Quiñones había encontrado una protectora decidida.

Doña Casta no estaba tranquila el día en que no iba a meter las narices en la tienda y taller, para traerle luego el cuento a doña Lupe de los encargos que había, y de lo que se estaba haciendo para la Casa Real y otras que sin ser reales tienen mucho dinero.

Me daba minuciosa cuenta del estado de las cosas de allá que podían interesarme; me consultaba dudas o me apuntaba ideas sobre los encargos que le tenía hechos, o me esbozaba otros planes que siempre me parecían bien. Así me defendía de las malas tentaciones con que me asediaban los diablejos de mi vida pasada, en cuyas garras había vuelto a caer.

Cruzábanse por todas partes enhorabuenas y adioses, encargos y recomendaciones; y padres, madres, niños y criados, revueltos en confuso tropel, invadían todas las dependencias del colegio, rebosando esa satisfacción purísima del premio justamente alcanzado, del trabajo concluido, de la esperanza cierta de descanso; esa ruidosa alegría que despierta en el escolar de todas las edades la mágica palabra: ¡Vacaciones!

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