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Actualizado: 22 de mayo de 2025
Encarándose con Sánchez Morueta, preguntábale qué haría si supiera que en su escritorio existían hombres que deseaban el naufragio de sus barcos, el incendio de sus fábricas, el agotamiento de sus minas, la desaparición total de todo lo que era la existencia de su casa. ¿No los expulsaría, indignado?
Cortó los despotriques vertiginosos de la Burlada, produciendo un silencio terrorífico en el pasadizo, la repentina aparición de la señá Casiana por la puerta de la iglesia. Ya salen de misa mayor dijo; y encarándose después con la habladora, echó sobre ella toda su autoridad con estas despóticas palabras: «Burlada, pronto a tu puesto, y cerrar el pico, que estamos en la casa de Dios».
Pues es verdad dijo. ¡Qué! ¿había creído vuesa merced que le engañábamos? dijo Casilda. Todo pudiera ser. Pero veamos si me decís también ahora la verdad. Veamos dijo Casilda. ¿Dónde está tu señora? No lo sé. ¿Cómo que no lo sabes? Ha venido por ella el bufón del rey y se la ha llevado en una silla de manos. Tú sabes dónde está tu señora dijo Quevedo encarándose de repente á Pedro. ¡Yo!
Don Fermín, recordando de repente su mal humor, sus contratiempos del día, se puso en pie y encarándose con el párroco que también se levantó como si fueran a atacarle dijo con voz áspera: Señor mío, estoy enterado de todo, y tengo el disgusto de decirle que su asunto tiene muy mal arreglo. El concilio Tridentino considera el delito que usted ha cometido, como semejante al de herejía.
Morsamor, que coincidía por lo común con las opiniones de su joven amigo y se complacía en aceptar su parecer y su consejo, estaba en aquella ocasión tan poseído del parecer contrario y tan lleno de la fe y de la esperanza de contribuir a la demostración de su verdad, que encarándose con Tiburcio, exclamó con enojo: Sin duda tendrías razón si por lo material aspirase el hombre al principado y si su valer se midiese por varas o se pesase por arrobas.
Luego, encarándose con su esposo: Nada de esto sucediera si no fuese vuestra cobardía. Poco falta ya para que nuestros hijos se acuchillen en vuestras barbas. El hidalgo bajaba cada vez más la cabeza, y sus manos frotaban nerviosamente los brazos del sillón. Doña Urraca prosiguió: ¿Qué sangre villana lleváis en esas venas, señor, que no os deja volver por la honra de vuestra casa?
En pie, cerca de ellos, con una hoz en las manos, vieron a un paisano viejo, la faz demudada, los ojos inyectados en sangre por la cólera, el cual, encarándose con Rosa, vociferó más que dijo: Oye, grandísima pendona, ¿no te he dicho ya que si la vaca volvía a saltar a la tierra te iba a cortar las orejas?... ¿Sabes que me están dando intenciones de hacerlo para que aprendas de una vez a tener más cuidado, mala cabra?
Una tarde, Holguín se paseaba melancólicamente en Bogotá, cuando del seno de un grupo liberal, salió el grito de: «¡Abajo los conservadores!». Holguín se dio vuelta tranquilamente y encarándose con el gritón, le dijo con su acento más culto: «¿Tendría usted la bondad de indicarme cómo es posible colocarnos más abajo aun de lo que estamos?» Los rieurs se pusieron de su lado y siguió plácidamente su camino.
Me veo en el caso de decirle a usted, señor de Elorza manifestó el general encarándose con él , que tiene usted una niña muy mal educada, y que gracias a que no figura usted como carlista y a nuestra benevolencia, no adoptamos con ella las medidas de rigor que merece por su atrevimiento.
Además, mi tío es muy sigiloso y no dirá nada á nadie. ¿No es verdad tío? Descuide V., señorita respondió el Comendador, encarándose con Doña Clara, que se puso más encarnada aún: nadie sabrá por mí quién ha inspirado el idilio, que es, por cierto, precioso. El Comendador advirtió que Clara se tranquilizaba, si bien no acertó, con la turbación, á pronunciar palabra alguna.
Palabra del Dia
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