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El encanto, que el poeta portugués ha sabido comunicar á este pequeño cuadro de género, sin duda alguna de la infancia del arte, no puede ser nunca bastante encomiado. Entre las tragicomedias de Gil Vicente sobresale la de Don Duardos, no sólo por ser la más extensa, sino también porque cuenta con más títulos para ser calificada de verdadera obra dramática.

Por lo tanto no se conocía el dolor; no había crueldad ni cólera en ellos. Sus almitas tan suaves, no dejaban de tener un rayo, la aspiración hacia la luz, hacia la que nos llegaba del cielo y hacia la del amor, revelada en llama cambiante que de noche es el encanto de los mares. Ahora tengo necesidad de penetrar en un mundo mucho más sombrío: la guerra, el asesinato.

Los techos reverberando, los pintorescos balcones verdes y azules, las altas y elegantes azoteas de estilo morisco, los arbustos cuajados de flores y perfumes, los grupos animados de una poblacion en que se veian tipos muy variados, los mármoles resplandecientes de las casas mas lujosas, los lejanos castillos destacándose sobre las ondas, las montañas, confusas en lontananza, el mar encrespado y sacudiéndose bajo su manto de luz crepuscular, el sol, enorme por un efecto de óptica, como bañándose en el océano, la brisa agitando suavemente los árboles, el cielo de una hermosura extraordinaria; todo aquello me llenó de encanto, de embriaguez, dejándome en el alma una hondísima impresion que nunca olvidaré.

Algo nos parecemos dijo después de contemplar el retrato con atención . Pero esa señora era más hermosa que yo. No; más hermosa, no. Tenía más dulzura en los ojos, y eso daba a su fisonomía un encanto indecible. Era su alma pura y bondadosa que brillaba en ellos. Pronunció estas palabras con entusiasmo, sin reparar en la falta de galantería que estaba cometiendo.

Tome Vd. asiento, y tenga la bondad de decirme en qué puedo servirle. Vengo, señorita, a tratar un asunto de la mayor importancia y al decir esto se sentó, algo cohibido por el aspecto de aquella habitación, que parecía impregnada de cierto encanto mujeril para él desconocido.

Los gremios expresan allí en los días festivos que no son insensibles al encanto misterioso de la Naturaleza ni ajenos a las dulces emociones del campo.

La naturaleza se halla muerta, inanimada; un cielo demasiado puro ilumina un campo triste y casi desolado; pero sobreviene un aguacero, y al punto, como por encanto, todas las cosas toman una vida nueva.

No era Maltrana el único que se había aproximado queriendo perturbar con diabólicas propuestas su tranquilidad de argonauta reflexiva y prudente, aquel quietismo monacal de plácidas digestiones y largas siestas, que era para ella el encanto más grande de las travesías oceánicas.

El encanto se rompió y el maleficio volvió a obrar sobre él cuando la tiranía de los padres de la Princesa Catalina hizo que ésta se casara con el general Borischof, gobernador de Kiev.

Acaso un poco separados, lo que da, bajo una frente tersa, aire de mucha nobleza o de gran terquedad. Pero sus ojos, así, llenaban aquel semblante en flor con la luz de su belleza. Y al sentirlos Nébel detenidos un momento en los suyos, quedó deslumbrado. ¡Qué encanto! murmuró, quedando inmóvil con una rodilla sobre al almohadón del surrey.