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Actualizado: 25 de junio de 2025
Le había creído un simple empleado, y su respeto á las jerarquías sociales hizo que bajase el revólver. No por esto desistió de sus gestos imperiosos. Empujó á don Marcelo para que le sirviese de guía; lo hizo marchar delante de él, mientras á sus espaldas se agrupaban unos cuarenta soldados.
Es posible pensó Zalacaín . Si habré conocido en mi infancia a alguien que tenga criados, sin saberlo. En fin, vamos a ver a mi amiga dijo en voz alta. El criado siguió por los soportales, torció una esquina, y en una casa grande empujó la puerta y entró en un zaguán elegante, iluminado por un gran farol. Pase el señorito dijo el criado indicándole una escalera alfombrada.
Quise resistir, pero él me empujó hacia afuera. Si hubiera sospechado lo que me esperaba, no hay poder en el mundo que me hubiera hecho pasar el umbral de ese cuarto. Salí, pues, al patio, respirando el aire a pleno pulmón. El viento de la tarde produjo sobre mis mejillas ardientes el efecto de un baño helado. El último fulgor del día desaparecía.
Un silencio temeroso le salió al paso, y ya iba a retroceder asustada, cuando oyó unos quejidos lastimeros detrás de una puertecilla. Eran ayes y juramentos de una voz estridente y amarga. Empujó Rita la puerta con recelo, cautelosamente, y vió en un cuarto hondo y destartalado una cama estremecida por un cuerpo tremuloso.
Antes de hacerlo, Valentina fué comisionada por doña Paula para ir al cuarto de Venturita, y traer de allá unos patrones que debían de estar sobre el armario-escritorio. Llegó, y empujó la puerta en el instante crítico en que Gonzalo se estaba bañando de aquella original manera. Al sentir el ruido, éste se levantó de un brinco y quedó, más pálido que la cera.
Pedro.» Cuando hubo terminado su lectura, crispóse la cara de Calvat con una sonrisa de réprobo; dobló la carta, empujó la verja y se dirigió al taller de Fabrice. Hola, ¿eres tú?... Creí que sería el marqués, quien quedó en venir hoy por la mañana.
Dirigióse a la calle Piedad: ella sabía que el escritorio estaba al lado de una tienda de juguetes y de una agencia marítima, pero pasó y repasó sin dar con él: miraba las tablillas de las puertas y no veía el nombre de Esteven... Aquí está la juguetería, cerrada; aquí está la agencia, cerrada; ¿será esta? habían sacado las tablillas, pero la puerta no parecía cerrada: empujó, y en la mampara de pino, imitando la caoba, vió una chapa de porcelana con letras negras, que decía: Esteven y Compañía.
Le zumbaron los oídos; el deseo le galvanizó con dura tensión, lo mismo que en sus mejores tiempos. Y con un ademán de vencedor empujó la puerta, que sólo estaba entornada. Una mujer salió á recibirle en el vestíbulo, una mujer cuya presencia le hizo dar un paso atrás. ¡Valeria!... ¿Qué hacía allí? ¿Qué farsa era esta?... La joven intentó hablarle, y él también quiso hablar al mismo tiempo.
Estaban en una calle céntrica, junto á la esquina de un callejón que formaba una cuesta de rellanos. Ella le empujó, y á los primeros pasos en la estrecha y obscura vía se abrazó á él, volviendo la espalda al movimiento y la luz de la gran calle para besarlo con aquel beso que hacía temblar las piernas del capitán.
Fernando murmuró algunas excusas... Era un asunto que merecía ser pensado. Tal vez se decidiese al día siguiente. Pero ella, adivinando la falsedad de sus palabras, no quiso oírle. «¡Adiós!» Le empujó para ganar la puerta, cerrándola tras ella ruidosamente, como si ya no le importase guardar recato alguno. «¡Adiós!», contestó Ojeda al quedar solo.
Palabra del Dia
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