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Actualizado: 18 de mayo de 2025
En este momento el perro de á bordo empezó á ladrar furiosamente, anunciando la presencia del capitán y al mismo tiempo el peligro. Abandonó el abrigo de una colina de carbón, avanzando por un terreno descubierto. Concentraba toda su voluntad en el deseo de llegar á su barco cuanto antes. Brilló una corta llama, seguida de una detonación. Ya disparaban contra él.
Mientras que alegre y contento saltaba de placer y hacía fiesta por este su perniciosísimo escándalo, le empezó á correr por las venas un humor pestilente y se le encendió una fiebre ardientísima, que en pocos días le condujo á las puertas de la muerte.
Algunos trozos de este diario aparecieron en 1822 con el título de "Noticias relativas á la parte hidraúlica," en los números 3 y 5 del Registro Estadístico que se empezó á publicar en Buenos Aires; haciendo alteraciones y supresiones en el texto, y hasta silenciando el nombre del autor.
Empezó por tocar con los dedos tímidamente una pulsera de monedas antiguas que Jacinta llevaba, y viendo que no le reñían por este desacato, sino que la señora aquella tan guapa le apretaba contra sí, se decidió a examinar el imperdible, los flecos del mantón y principalmente el manguito, aquella cosa de pelos suaves con un agujero, donde se metía la mano y estaba tan calentito.
El descendiente del cosaco Lubimoff cambió de rostro, adquiriendo una fealdad salvaje. Su nariz pareció ensancharse aún mas. Levantó á su vez el látigo y tiró un golpe. Pero el coronel había metido su caballo entre los dos, recibiendo parte del fustazo en una mejilla, que empezó á sangrar. La vista de la sangre y la consideración de que el golpe era para ella enloqueció de cólera á la joven.
Autorizada, sin duda, por tan buenas intenciones, la paralítica disponía de Chinto cual de un yerno. Una vez, cuando empezó a escasear el dinero, rogole «que fuese por seis cuartos de azúcar para la cascarilla a la tienda de la esquina, que ya le pagaría». El mozo salió y volvió con un cucurucho de papel de estraza henchido de azúcar moreno; del pago no se habló más.
Cesaron las conversaciones mantenidas a media voz, y un silencio hostil y penoso empezó a gravitar sobre todos aquellos hombres. Jaime se apoyó en una pilastra del porche, alta la frente, arrogante el ademán, destacando su figura sobre el fondo del horizonte, como si adivinase los ojos que en la obscuridad estaban fijos en él. Sentía cierta emoción, pero no era de miedo.
Navegaba lentamente con sólo algunas velas, cruzando y recruzando las mismas aguas. Kaledine, al transcurrir dos días, empezó á inquietarse. Varias veces oyó Ferragut cómo murmuraba el nombre de Gibraltar. El paso del Atlántico al Mediterráneo era el mayor peligro para los que él esperaba.
La mula quedó casi totalmente enterrada en fango, y cuando el arriero vió tal cosa, y que la galera se había inclinado de un lado, hincando el eje en el suelo, se puso hecho un demonio: llamó en su auxilio á todos los santos del cielo y á todos los demonios del infierno, se tiró de los cabellos y hasta empezó á darse latigazos de rabia.
La música cesó, se fueron los hombres, volvieron poco á poco las mujeres y empezó entre ellas un diálogo del que nada comprendieron nuestros amigos. Estaban hablando mal de una ausente. ¡Parecen los macanistas de la pansitería! observó Pecson en voz baja. ¿Y el cancan? preguntó Makaraig. ¡Están discutiendo el sitio más á propósito para bailarlo! repuso gravemente Sandoval.
Palabra del Dia
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