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Continuó el besamanos y me saludaron también todos los miembros del cuerpo diplomático extranjero, entre ellos lord Tofán, el Embajador inglés, en cuyos salones de la Plaza Grosvenor de Londres, había bailado yo una docena de veces. A Dios gracias, el buen señor era medio cegato y no se dio por entendido.

»Sería arriesgarse me dijo, a recibir las justas reclamaciones del embajador de España. »En aquel instante anunciaron al Rey, y Jorge II apareció apoyado en el brazo de un joven de buen aspecto y cuidadosamente vestido. Necesité hacer un grande esfuerzo para reprimir un grito de sorpresa al reconocer en aquel joven a Carlos, el cual palideció visiblemente y se vio obligado a apoyarse en un sillón.

M. de Vignet, el amigo de mi hijo, ha estado aquí unos días, acaba de ser llamado a París por el embajador de Cerdeña, marqués de Alfieri, a quien Alfonso conoce muchísimo. Esto es buen augurio para el porvenir diplomático de este joven, quien empezaba ya a descorazonarse. ¡Ah! ¡cómo quisiera yo ver a mi hijo entrar pronto en una carrera tan digna de él!

Era aquel personaje el quinto duque de Aldama, embajador en Londres de Felipe IV, y era el tío Frasquito hijo tercero del vigésimo duque del mismo nombre. Al pie del retrato había colgadas una daga y una espada de gavilanes, de exquisita labor y gran precio, que habían pertenecido al personaje.

Momento pasajero de alegría tuvo al estrechar en los brazos á sus hijos Gonzalo y Rafael, autorizados á visitarle. ¿Qué más? El Duque de Lerma le enviaba testimonio de reconocimiento por el Norte de Príncipes que le había dedicado... y esperanzas, que corroboraba el nuevo Embajador D. Pedro de Toledo.

Fuéra desto, aprendí de un cocinero de un cierto embajador ciertas tretas de quínolas, y del parar, a quien también llaman el andaboba, que así como vuesa merced se puede examinar en el corte de sus antiparas, así puedo yo ser maestro en la ciencia vilhanesca.

Llegaron, pues, los japoneses acompañados del padre Luís Sotelo, excitando extraordinariamente la atención del pueblo, los portes y vistosos trajes, las armas y adornos que el embajador Fraxecuera Rocuyemon lucía y los personajes que le acompañaban.

Entre tanto, el tal subsecretario, el general y el periodista español, no se apartaban un punto del marqués, que ya estaba en voz nuevamente y comenzaba a hacer pinitos parlamentarios. Estaba muy satisfecho del interés que se habían tomado por su salud el canciller de acá, el embajador de allá, un ministro del kedive de Egipto y cien eminencias más que veraneaban por allí.

En aquel retiro, a fin de evitar contiendas civiles, eran encerrados cuantos podían tener algún derecho a la sucesión de la corona, arrancándoles a menudo los ojos con sabia cautela. Era menester evitar tan ruda catástrofe. El Negus tenía que enviar un Embajador al bajá que, derribado ya el poder anárquico de los mamelucos, gobernaba en el Cairo.

Cuando llegaron las siete y media de la noche, me vestí aquella famosa larga levita que tanto odiaba Gloria, pero que juzgué muy del caso en estas circunstancias. Púseme el sombrero de copa alta y una chalina severa de raso negro, y metiéndome los guantes salí de casa y me dirigí con todo el aspecto de un embajador a la morada de mi futura suegra.