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¿María Elvira Funes? repetí. Ningún grado ni ninguna inclinación. La conozco apenas. Y ahora... No, permítame me interrumpió. Le aseguro que es una cosa bastante seria... ¿Me podría dar palabra de compañero de que no hay nada entre Vds. dos? ¡Pero está loco! le dije al fin. ¡Nada, absolutamente nada! Apenas la conozco, vuelvo a repetirle, y no creo que ella se acuerde de haberme visto jamás.

De las dos doncellas de la casa, la una, Generosa, nada tenía que llamase la atención; la otra, Elvira, era una palidita, de ojos grandes y entornados, muy graciosa. Las artesanas de Sarrió no han entrado jamás por la ridícula imitación de las damas, tan extendida hoy, por desgracia, entre las de otros pueblos de España.

ELVIRA. Luego que tu nombre Oyeron mis quejas, Castellano Alfonso, Que a España gobiernas, Salí de la cárcel Donde estaba presa, A pedir justicia A tu Real clemencia. Hija soy de Nuño De Aibar, cuyas prendas Son bien conocidas Por toda esta tierra. Amor me tenía Sancho de Roelas; Súpolo mi padre, Casarnos intenta.

Luego, doña Elvira, en las tertulias de Palma, defendía con vehemencia a la escritora, una pobre mujer apasionada, cuya vida actual era más abundante en tristezas y cuidados de hermana de la Caridad que en satisfacciones de amor. El abuelo tuvo que intervenir, prohibiendo a la esposa estas visitas para acallar murmuraciones. Se hizo el vacío en torno a la escandalosa pareja.

ELVIRA. ¿Quién, sino yo, fuera? NU

Pero también la Reina se engaña, porque quien posee la verdadera clave es Elvira, sabiendo que de cuatro en cuatro versos ha de prescindir de las mitades de los mismos, y así recibe de Lope la siguiente seguridad de su eterno amor á ella: Aunque amante el Rey suspira No os asombre su poder; Que he de morir, ó ha de ser De Don Lope Doña Elvira.

Si por bendición de Dios, la fiebre, fiebre de 40, 80, 120°, cualquier fiebre, cayera esta noche sobre su cabeza... Y aquí está: esta sola línea del bendito Ayestarain: Delirio de nuevo. Venga en seguida. Todo lo antedicho es suficiente para enloquecer bien que mal a un hombre discreto. Véase esto ahora: Cuando entré anoche, María Elvira me tendió su brazo como la primera vez.

Plácido, recogido por caridad en el castillo, e hijo de padres desconocidos, había sido criado con amor por doña Aldonza, la mujer de don Fruela. Hasta la edad de ocho años, vivió Plácido en fraternal familiaridad con Elvira, la hija de doña Aldonza, que era de edad poco menor que él. Juntos jugaban los niños, y juntos aprendieron a leer y la doctrina cristiana.

Porque yo no soy tan necio Que no te tuviese en precio, Siempre con más afición; Que en tan rica posesión No puede caber desprecio. Sale ELVIRA. ELVIRA. Por aquí Sancho bajaba O me ha burlado el deseo; A la fe que allí le veo, Que el alma me le mostraba. El arroyuelo miraba Adonde ayer me miró: ¿Si piensa que allí quedó Alguna sombra de ?

Anoche, cuando llegaba a casa, creí un momento haber hallado la solución, que sería ésta: María Elvira, en su fiebre, soñaba que estaba despierta. ¿A quién no ha sido dado soñar que está soñando? Ninguna explicación más sencilla, claro está.