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Actualizado: 14 de julio de 2025
Ayestarain conversaba conmigo, y una breve mirada de María Elvira, lanzada hacia nosotros por sobre los hombros del cuádruple flirt que la rodeaba, puso su espléndida figura en nuestra conversación. Hablamos de ella, y fugazmente, de la vieja historia. Un rato después se detenía ante nosotros. ¿De qué hablan? De muchas cosas; de Vd. en primer término respondió el médico.
En un día en que salieron de caza con D. Fruela, el caballo de Elvira corrió desbocado y fue a perderse en la espesura de un bosque. Plácido la siguió para salvarla, y acertó a llegar cuando el caballo que ella montaba tropezó y cayó, derribándola por el suelo. Elvira, por fortuna, no se hizo el menor daño. Plácido se apeó con ligereza, acudió en su auxilio y la levantó en sus brazos.
Elvira le dió un apretón de manos á la inglesa, y Miss Old-Cheese le hizo una ceremoniosa cortesía á lo reina Ana Stuard, y le enfiló su lorgnon de concha hasta que le perdió de vista.
Y en su alma suprasensible, de romántica señora, como en un cofre de encanto ella guarda y atesora, la pasión de aquella "Elvira", de los versos de Espronceda... Vivir es condenarse a eterno sufrimiento, llorar continuamente sin encontrar consuelo, buscar con ansia loca el goce de un momento teniendo el alma llena de amargo desconsuelo.
Engaños fueron de Elvira, En cuya nieve me abraso. ELVIRA. Sancho, que me burlo, paso. El alma en los ojos mira; Que amor y sus esperanzas Me han dado aquesta lición: Su propia difinición Es que amor todo es venganzas. SANCHO. Luego ¿ya soy tu marido? ELVIRA. ¿No dices que está tratado? Mis ojos, a hablarle voy. ELVIRA. Y yo esperándote estoy.
De tarde en tarde se presentaba don Pablo el joven, que dirigía la gran casa Dupont, dejando que sus hermanos menores se divirtiesen en la sucursal de Londres, o doña Elvira con sus sobrinas, cuyos noviazgos llevaban revuelta a toda la juventud de Jerez. La viña parecía otra, más silenciosa, más triste. Los chicuelos que corrían por ella en pasados tiempos tenían ahora otras preocupaciones.
Jacobo, aturdido por completo, no le decía nada, intentando en vano adivinar por dónde habían llegado a manos de Elvira aquellas cartas, pruebas irrefragables de uno de los episodios más vergonzosos y comprometedores de su vida.
ELVIRA. Sancho, pues tan cuerdo eres, Advierte que las mujeres Hablamos cuando callamos, Concedemos si negamos: Por esto, y por lo que ves, Nunca crédito nos des, Ni crueles ni amorosas; Porque todas nuestras cosas Se han de entender al revés. SANCHO. Según eso, das licencia Que a Nuño te pida aquí. ¿Callas? Luego dices sí. Basta: ya entiendo la ciencia.
Doña Elvira, la abuela de Jaime, una señora venida de Méjico, cuyo retrato había él contemplado tantas veces, y a la que se imaginaba siempre vestida de blanco, con los ojos en alto y el arpa dorada entre las rodillas, visitó a la solitaria de Son Vent.
"Lo que conviene agora que se haga, Pues que el Virrey se puso á darnos pena, Que cada cual por sí se satisfaga, Segun su coyuntura fuere buena. Quien muerte dar pudiere no dé llaga, Y salga cada cual con buena estrena Al camino, á vengarse por sus manos, Matando estos soberbios castellanos." "Yo tengo nueva cierta como viene Doña Maria de Angulo, y Da. Elvira: La muerte merecida bien la tiene."
Palabra del Dia
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