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Actualizado: 14 de julio de 2025
El capitán bebía en silencio como un desesperado y sin apartar los ojos de la estatua de doña Elvira.
Y la culpa de ello está en la familia Funes, con Luis María, madre, hermanas, médicos y parientes colaterales. Porque si se concreta bien la situación, ella da lo siguiente: Hay una joven de diez y nueve años, muy bella sin duda alguna, que apenas me conoce y a quien le soy profunda y totalmente indiferente. Esto en cuanto a María Elvira.
Doña Elvira, por su parte, no descendía a hacer confidente de sus pensamientos a la familia de Montenegro, pero se dignaba hablarla con cierta llaneza, lo que producía asombro en sus domésticos de la ciudad. La noble señora sentía ablandarse su orgullo viviendo en el campo.
En aquella época me parecía que sólo había un lenguaje para fijar dignamente lo que tales recuerdos tenían de inexpresable, a mi entender. Hoy, cuando he hallado mi historia en los libros de otros, de los cuales algunos son inmortales, ¿qué diré?... Regresamos cuando ya brillaban las estrellas, al acompasado ruido de los remos, manejados, creo yo, por los bateleros de Elvira.
Despidióse Elvira de su hijo sin decir cuándo ni adónde iba, y el rector del colegio, que conocía a fondo todas las pesadumbres de la dama, quedó encargado de no permitir que el niño recibiese otra visita que la de la marquesa de Villasis durante la corta ausencia de su madre.
Apenas se les pasó el miedo, regalaron la escultura a unos amigos que tenían oratorio; hubo función con órgano, gastose mucha cera y quedaron tranquilos. Acabábamos de cenar Elvira y yo en un gabinetito de una fonda donde le gustaba que la llevase a tomar mariscos y vino blanco.
Ella le interrogaba con los tristes ojos preñados de lágrimas; la Villasis dijo entonces moviendo lentamente la cabeza: Eres turco y no te creo... Elvira bajó anonadada la suya, porque le pareció que aquellas palabras derrumbaban de un golpe el castillo que allá en el fondo de su corazón levantaron antes la esperanza y el deseo.
Lo que yo entendía era que Luis María quería cortar con amabilidades más o menos sosas; pero no se lo agradecí en lo más mínimo. Entretanto, cuantas veces podía, sin llamar la atención, fijaba los ojos en María Elvira. ¡Al fin! Ya la tenía ante mí, sana, bien sana. Había esperado y temido con ansia ese instante.
Plácido y Elvira sintieron que sus almas se habían unido con el lazo del cariño más inocente. Algo hubo de recelar o de prever D. Fruela, y ordenó a su mujer que alejase al expósito del trato y de la convivencia de su hija. Sumisa doña Aldonza, cumplió las órdenes de su marido; pero no hasta el extremo de evitar por completo que el pajecillo y la niña se viesen y se hablasen.
Deje Elvira los cabellos Y reciba sus favores. Salen DON TELLO y criados; JUANA, LEONOR y villanos. D. TELL. ¿Dónde fué mi hermana? JUANA. Entró Por la novia. SANCHO. Señor mío. D. TELL. Sancho. SANCHO. Fuera desvarío Querer daros gracias yo, Con mi rudo entendimiento, Desta merced. D. TELL. ¿Dónde está Vuestro suegro? NU
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