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Actualizado: 14 de julio de 2025
Doña Elvira su madre con recelo Procura por su hija; pero viendo Que no parece, grita hácia el cielo, Sus dorados cabellos descogiendo. Sotelo revolvió con grande duelo, Y entre los Chiriguanas se metiendo, Sacaba á la doncella, aunque llovian Las flechas ya sobre él que le cubrian.
Era posible hablar de eso, por fin! Eso creo repuse. Más que nadie, no sé... Pero si; en el momento a que se refiere, más que nadie, con seguridad. Me detuve de nuevo; mi voz comenzaba a bajar demasiado de tono. ¡Ah, sí! se sonrió María Elvira. Apartó los ojos, seria ya, alzándolos a las parejas que pasaban a nuestro lado.
Los matices y variados del Jaragüí y las flores vivísimas de sus huertos y vergeles, eran más desmayados y menos ricos que los colores de las marlotas y capellares de los mancebos, y que las sedas, velos y tocas de las zagalas que acudían en tropel a entrar por la puerta de Elvira para encontrarse en el espectáculo.
Velarde, que es ese hombre grueso, pretende que se olvide hasta el título de sus comedias El Cid, Doña Sol y Doña Elvira, y la de El conde de las manos blancas.
No, no es eso... Usted me ha mirado demasiado antes para que yo no sepa... Quería decirle esto: ¿No se acuerda Vd. de haberme dicho algo... dos o tres palabras nada más... la última noche que tuvo fiebre? María Elvira contrajo las cejas un largo instante, y las levantó luego, más altas que lo natural. Me miró atentamente, sacudiendo la cabeza: No, no recuerdo... ¡Ah! me callé. Pasó un rato.
Que me enojé cuando vi Que entre las aguas me vió. ¿Qué buscas por los cristales Destos libres arroyuelos, Sancho, que guarden los cielos, Cada vez que al campo sales? ¿Has hallado unos corales Que en esta margen perdí? SANCHO. Hallarme quisiera a mí, Que me perdí desde ayer; Pero ya me vengo a ver, Pues me vengo a hallar en ti. ELVIRA. Pienso que ayudarme vienes A ver si los puedo hallar.
ELVIRA. Padre, yo me quiero ir, Que me buscan; padre, adiós. NU
El llanto de Elvira se trocó entonces en sollozos, y como si aquella pena fuese nueva para ella, sintió en toda su plenitud la primera necesidad de todos los débiles en la desgracia: buscar unos brazos amigos en que arrojarse, un pecho leal en que esconder el rostro lleno de lágrimas...
Jacobo pareció tranquilizarse por completo al oír los horrrorrrres que el tío Frasquito le relataba, y cortóle el hilo del discurso, diciendo: ¡Bah!... Si no es más que eso, de mi cuenta corre desfanatizarla. El tío Frasquito iba a replicar muy disgustado, pero Jacobo le atajó la palabra, preguntándole: ¿Y cómo vive Elvira?... ¿Gasta mucho?...
ELVIRA. Tuya, a la fe. SANCHO. ¿Mía? No. Ya te lo dije, y te habló El alma, y no respondiste. ELVIRA. ¿Qué más respuesta quisiste Que no responderte yo? SANCHO. Los dos culpados estamos.
Palabra del Dia
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