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Ella, con su sencillez columbina, no reparaba en esto, y se apresuró a preguntar con ingenuidad adorable: ¿Hiciste mi encargo? ¿Qué encargo?... ¡Pues me gusta!... ¿No te dije que fueses a ver a Jacobo Téllez?... ¿A Jacobo Téllez?... ¿Y quién es Jacobo Téllez? Pues, hombre, Jacobo Sabadell, el marido de mi prima Elvira. ¡Ah, ya!... Si yo creía que se llamaba Benito...

La dignidad sublevada de Jacobo pareció sosegarse mucho, y después de un momento de silencio, preguntó: Según eso, ¿te parece mi plan un disparate?... ¿Un disparate? Para ti, un negocio redondo; para ella, un robo a mano armada. ¿Y crees que Elvira...?

Trátase de dos amantes en la corte de León, de quienes todos sospechan, y que, para entenderse sin estorbos, y sin producir en nadie recelos, inventan un medio secreto de hacerlo. Elvira, dama de la corte, es amada por el Rey, conviniéndole acceder aparentemente á sus pretensiones, aunque, en realidad, sea su amante Don Lope, el secretario del mismo Rey.

Apenas ha entrado al servicio de su rival, se le presenta la ocasión oportuna de ejecutar su proyecto. Don Diego se ha reconciliado otra vez con Elvira y viene á buscarla para llevarla á su casa, desde la cual puede ver una procesión solemne que ha de pasar por allí.

Elvira suspendió un instante su relato, hizo un esfuerzo para no llorar, como avergonzada de mostrar ternura, y continuó: Suprimo detalles: morir Manuel y echarme sus hermanos de la casa, todo fue uno. Entonces comenzó esta vida arrastrada que llevo, y eso que soy de las que tienen más suerte. Ponerme a oficio, y presentárseme la ocasión de dejarlo, fue obra de seis meses.

Durante cinco días consecutivos hubo magníficas fiestas en Oviedo. Las bodas de Bernardo del Carpio y de Elvira se celebraron al mismo tiempo que las del Conde de Saldaña y doña Ximena. Pocos días después pudo averiguarse que don Raimundo, el mayordomo de Palacio, había sido quien robó al niño Bernardo y quien le mandó matar, furioso como desdeñado pretendiente que fue de doña Ximena.

Sin acordarse de desayunar siquiera, ni detenerse más tiempo que el preciso para lavarse en el tocador los ojos llorosos, corrió Elvira a casa de la marquesa de Villasis, haciéndose la ilusión de que iba a buscar en el claro entendimiento y en el cariño acendrado de su amiga un consejo prudente, y yendo en realidad en busca de algo que con la autoridad de aquella pudiera robustecer y dar cuerpo a su esperanza...

Fenece aquí la triste su triste hora, Cubierta de mil flechas y arpones: Doña Maria de Angulo, causadora De motines, revueltas y pasiones, Amiga de mandar, y tan Señora, Que con todos tramaba disenciones: Su nieta Doña Elvira, mal herida, Quedaba entre las yerbas escondida.

Sus disentimientos con doña Elvira estribaban siempre en que ella tenía sus favoritos, que rara vez eran al mismo tiempo los del hijo. Cuando él adoraba a los jesuitas, la noble hermana del marqués de San Dionisio hacía el elogio de los franciscanos, alegando la antigüedad de su orden sobre las fundaciones que habían venido después.

Ya hacía diez días que tenía mis pasajes en el bolsillo, por donde se verá cuánto desconfiaba de mismo. María Elvira estaba indispuesta asunto de garganta o jaqueca pero visible. Pasé un momento a la antesala a saludarla. La hallé hojeando músicas, desganada. Al verme se sorprendió un poco, aunque tuvo tiempo de echar una rápida ojeada al espejo.